venerdì 6 novembre 2009

Los moriscos que no se fueron: La expulsión de los moriscos, di Elena Pezzi


Fonte:
http://identidadandaluza.wordpress.com/2009/11/03/los-moriscos-que-no-se-fueron-la-expulsion-de-los-moriscos/

A partir de 1492, todos los musulmanes que permaneciesen en el suelo hispano pertenecerían ya a una casta de pueblo sometido.

Al principio, según las cláusulas de las Capitulaciones concertadas para la entrega de Granada, se les permitía conservar sus costumbres y sus vestidos, así como la práctica de su religión y la administración de su propia justicia; los términos consignados por Mármol no pueden ser más elocuentes:

«Que siendo entregadas las fortalezas, sus altezas y el príncipe don Juan… recibirán por sus vasallos y súbditos naturales, debajo de su palabra, seguro y amparo real, al rey Abí Abdilehi, y a sus alcaides, cadís, alfaquis, meftís, sabios, alguaciles, caudillos y escuderos, y a todo el común, chicos y grandes, así hombres como mujeres, vecinos de Granada y de su Albaicín y arrabales, y de las fortalezas, villas y lugares de su tierra; y de la Alpujarra, y de los otros lugares que entraron debajo deste concierto y capitulación, de cualquier manera que sea, y los dejarán en sus casas, haciendas y heredades, entonces y en todo tiempo y para siempre jamás, y no les consentirán hacer mal ni daño sin intervenir en ello justicia y haber causa, ni les quitarán sus bienes ni sus haciendas ni parte dello; antes serán acatados, honrados y respetados de sus súbditos y vasallos, como lo son todos los que viven debajo de su gobierno y mando”.

Pero esta situación de tolerancia y comprensión no había de ser muy duradera para los nuevos mudéjares granadinos. Su primer arzobispo, Fr. Hernando de Talavera, puso todo su empeño en lograr una convivencia de colaboración, apoyado en el capitán general, el conde de Tendilla.

Sin embargo, la política intransigente del cardenal Cisneros abrió una sima irremediable ya en los años sucesivos. Las conversiones masivas de 1499 y la quema de los libros escritos en lengua árabe, originó la primera rebelión del Albaicín. La sumisión de los rebeldes fue seguida de una Pragmática ordenando la conversión de los moriscos granadinos en 1501, y en 1502 se daba a elegir a los musulmanes del Reino de Castilla entre el bautismo y el exilio. Mármol comenta así el resultado de aquellos sucesos:

“Por esta rota fue necesario que el propio Rey Católico saliese de Granada, y con su presencia se allanó luego toda la tierra; y dejando ir a Berbería a los que no quisieron ser cristianos, se convirtieron los demás allí y en todo el reino; y lo mismo hicieron dentro de pocos días los moros mudéjares.» que vivían en Ávila, en Toro y en Zamora y en otras partes dc Castilla, que aun hasta entonces no se habían convertido”.

Por tanto, los que se queden habrán de bautizarse necesariamente dando lugar, con ello, a la práctica de un criptoislamismo, más peligroso, aún para la política unificadora, por su mayor dificultad de control. entonces ya no se les llamará mudéjares sino moriscos. El mismo Mármol continúa en su relación:

“…Los Católicos Reyes los fueron regalando con nuevas mercedes y favores… Mas luego se entendió lo poco que aprovechaban estas buenas obras para hecerles que dejasen de ser moros; porque si decían que era cristianos, veíase que tenían ma atencion á los ritos y ceremonias de la seta de Mahoma que á los preceptos de la Iglesia católica y de secreto se doctrinaban y enseñaban unos a otros en los ritos y cerimonia de la secta de Mahoma. Esta mancha fue general en la gente común… Los demás, aunque no eran moros declarados, eran herejes secretos… Acogían a los turcos y moros berberiscos en sus alcarías y casas, dábanles avisos para que matasen, robase; y captivasen cristianos, y aun ellos mesmos los captivaban y se los vendían…”.

En 1516, el cardenal Cisneros, entonces regente, dicta una Pragmática obligando a los moros a abandonar su traje y sus usos, aunque queda en suspenso. Pero es evidente que estos ordenamientos no se cumplen: prueba de ello es que las disposiciones continúan apareciendo durante el gobierno de Carlos 1, en 1526, insistiendo siempre sobre lo mismo, y llegando a prohibir el uso de las armas, en 1553. En 1576 el problema continúa Felipe II ordena de nuevo cumplir y ejecutar las anteriores disposiciones dando un plazo de tres años para que los moriscos aprendiesen a hablar la lengua castellana, prohibiendo escribir o leer la lengua arábiga y la . celebración de ritos, bodas o fiestas según el uso de moros, así como el uso de nombres arábigos y de los baños.

A la publicación de esta nueva Pragmática, los moriscos intentar conseguir una nueva suspensión, representados en la persona del caballero morisco Francisco Núñez Muley; éste, en su memorial, recuerda las condiciones de tolerancia de las capitulaciones y alega, para conseguir su demanda, todos los argumentos que considera más convincentes, entre ellos la justificación de su modo de vestir:

«Nuestro hábito cuanto á las mujeres no es de moros; es traje de provincia como en Castilla y en otras partes se usa diferenciarse las gentes en tocados, en sayas y en calzados… Si la seta de Mahoma tuviera traje propio, en todas partes había de ser uno; pero el hábito no hace al monje. Vemos venir los cristianos, clérigos y legos de Suria y de Egypto vestidos á la turquesca…; hablan arábigo y turquesco, no saben latín ni romance, y con todo eso son cristianos”.

Completando sus alegaciones con la defensa del empleo de su propia lengua:

«Pues vamos a la lengua arábiga, que es el mayor inconveniente de todos. ¿Cómo se ha de quitar á las gentes su lengua natural, con que nacieron y se criaron? Los egipcios, surianos, malteses y otras gentes cristianas, en arábigo hablan, leen y escriben, y son cristianos como nosotros… Deprender la lengua castellana todos lo deseamos, mas no es en manos de gentes.. dificultoso será y casi imposible que los viejos la aprendan en lo que les queda de vida, cuanto mas en tan breve tiempo como son tres años, aunque no hiciesen otra cosa sino ir y venir á la escuela. Claro está ser este un artículo inventado para nuestra destruición…”.

El cumplimiento de esta Pragmática, pese a todas las alegaciones que habían presentado contra ella los moriscos, vino a colmar el vaso de su paciencia. Entre la Navidad de 1568 y el otoño de 1570 el antiguo reino de Granada va a soportar una de las más cruentas guerras intestinas, la llamada de las Alpujarras, en la que moros y cristianos rivalizarán en matanzas y crueldades. A partir de esta fecha comenzarán las primeras deportaciones de moriscos granadinos a otras tierras de la Península, pero con ello sólo se logrará soliviantar los ánimos de sus correligionarios de otras regiones.

La poca seriedad con que el pueblo andaluz tomaba el cumplimiento de estas deportaciones se manifiesta frecuentemente en nuestra literatura del Siglo de Oro, donde, a veces, se hacen bromas sobre este tema. Es el caso, por ejemplo, del contexto que aparece en El Diablo Cojuelo, cuando, en el tranco X, se hace una jocosa relación de las normas que han de seguir en Sevilla los escritores, llamadas “Premáticas y ordenanzas que se han de guardar en la Ingeniosa Academia Sevillana desde hoy en adelante”, en las cuales no podía faltar una alusión al tema tan candente de los moriscos; así, entre otras normas, igualmente festivas, se dice:

“Item, que nadie lea sus versos en idioma de jarabe, ni con gárgaras de algarabia en el gútur, sino en nuestra castellana pronunciación, pena de no ser oídos de nadie”.
“Y al poeta que en ellas incurriese de aquí adelante, la primera vez le silben, y la segunda, sirva a su Majestad con dos comedias en Orán”.

“Item, mandamos que las comedias de moros se bauticen dentro de cuarenta días o salgan del reino”.


Mármol nos describe de qué manera se hicieron estas deportaciones:

“… todos los moriscos de Granada y del Albaicín que fuesen de edad de diez años arriba y de sesenta abajo,...que los llevasen a los lugares del Andalucía y de otros pueblos comarcanos fuera de aquel reino”.

Esta primera saca ocurre en el mes de junio de 1569. Al concluir las hostilidades, comenzó la gran deportación masiva, iniciada el 1 noviembre de 1570. Se sacaban en escuadras de 1.500; el primer grupo constituido por 5.500, y el segundo salieron del Hospital Real de Granada se sabe que en la capital, sin embargo, quedaron bastantes moriscos alegaban su condición de procedencia mudéjar.

La distribución, según nos lo refiere Mármol, se hizo de la siguiente forma:
a) Los de Granada y su vega, valle de Lecrín, sierra de Bentoniz Jarquía y hoya de Málaga, serranía de Ronda y Marbella (es decir, toda parte occidental del Reino), saldrían para Córdoba, repartiéndose después desde Extremadura a Galicia, por la franja del poniente.
b) Los de Guadix, Baza y la cuenca del Almanzora, ocuparon luga de la Mancha , reino de Toledo, Castilla la Vieja e incluso León.
c) Los de las tierras de Almería embarcarían para Sevilla “de donde se haría el repartimiento”, teniendo cuidado de que no fueran a Murcia, marquesado de Villena o Valencia, donde ya había muchos moriscos .

El 6 de octubre de 1572 se dio una pragmática para reglamentar su vida: se les daba licencia para sus tratos y comercios, con la condición que no constituyesen “morerías”, sino que se mezclasen con los cristianos viejos, decretando penas para aquellos que quisieran volver a sus tierras natales subrepticiamente, y prohibiéndoles el uso de su lengua, trajes, usos y costumbres, así como el empleo de armas.

En el texto de la Historía de Plasencia, de Fr. Alonso Hernández, que recoge F. Janer , se detalla con precisión el comportamiento y la vida cotidiana de los moriscos antes de los decretos generales de su expulsión:

«Ejercitábanse en cultivar huertas, viviendo apartados del comercio de los cristianos viejos, sin querer admitir testigos de su vida. Otros se ocupaban en cosas de mercancía. Tenían tiendas de cosas de comer en los mejores puestos de las ciudades y villas, viviendo la mayor parte dellos por su mano. Otros se empleaban en oficios mecánicos, caldereos, herreros, alpargateros, jaboneros y arrieros. En lo que convenían era en pagar de buena gana las gabelas y pedidos y en ser templados en su vestir y comida. Mostraban exteriormente a todo de con voluntad, y en estar advertidos en acrecentar los intereses de hacienda. No daban lugar a que los suyos mendigasen. Todos tenían oficio y se ocupaban de algo. Si alguno delinquia, á pendon herido eran áfavorecerle, aunque el delito fuese muy notorio. No querellaban unos de otros; entre sí componian las diferencias. Eran callados, sufridos y vengativos en viendo la suya. Su trato común era trajinería y ser ordinarios de unas ciudades á otras. No se supo quisiesen emparentar con los cristianos viejos, ni que en los casamientos que hacian entre sí pidiesen la dispensacion al Pontífice romano en los grados que prohibe el derecho” (Lib. III, cap. 25).

Sobre la importancia de la artesanía morisca, son muy expresivas las palabras de Gestoso, que recoge Domínguez Ortiz:

“Puede asegurarse que en manos de mudéjares y moriscos estuvo principalmente la producción artístico-industrial durante los siglos XV y XVI… Moriscos eran los alfareros que bajo el disfraz de nombres cristianos poblaban los barrios de Sevilla, siéndolo también los que en pobres viviendas producían riquísimas telas, labrados cueros, artísticas obras de metal, de cobre o de plata, armas, jaeces de caballos y demás objetos de arte suntuario; dedicándose también a las industrias vulgares, a la labor de los campos, y explotando, en suma, todas las fuentes de la producción”.

Dice Mercedes García Arenal que la población granadina constituía en Castilla “un grupo desarraigado (por más intentos que hace el Estado por fijarlos), paupérrimo, mucho más islamizado que la población morisca autóctona castellana, y que crea toda serie de problemas. Se les acusa de bandoleros y de salteadores de caminos… de hacer bajar los salarios trabajando por jornales que un cristiano viejo no quiere aceptar, de subir los precios acaparando mercancías, pues muchos de ellos se dedican al comercio y, sobre todo, a la “trajinería”; cita también un texto de las Actas del Consejo de Guadalajara, del 29 de julio de 1598, donde se dice:

“…que porque en estos rreynos ay grandisima abundancia de moriscos naturales del Reyno de Granada que a causa de no salir del rreyno ni entrar en rrelixion an multiplicado y bar creciendo en numero, y lo que es peor es que con que an dado en ser tenderos, tratantes y corredores y otros oficios de comercios y abastecimientos de las ciudades y lugares, como allan en estas grangerías y tratos mucha ganancia y poco trabajo an dejado la labor y agricoltura y se hacen ricos y poderosos…”.

Un autor aragonés del siglo XVII, el P. Aznar Cardona, escribe un libro que titula Erpulsión juslificada de los moriscos españoles. publicado en Huesca en 1612, pintando con negras tintas las costumbres moriscas, a veces en términos rebuscadamente insultantes, como corresponde a la situación del momento en que redacta su informe para justificar el hecho de la expulsión; pero el lector que lea actualmente con imparcialidad, podrá ver lo pueril de muchos de sus argumentos, en su deseo de menospreciarlos, de tal modo que tomaba como defectos lo que también podrían considerarse hoy corno virtudes. El afán del autor por convencer a las gentes hostiles a la expulsión de los moriscos, le lleva a exageraciones desorbitadas en sus descripciones, utilizando los más generalizados argumentos sobre su peligrosidad, sobre todo por su fecunda multiplicación por las continuas conjuras y amenazas de levantamientos. Sin embargo su testimonio es muy interesante desde el punto de vista sociológico. texto no tiene desperdicio y merece reproducirlo en gran parte. Entre otras cosas, dice de ellos:

“… eran una gente vilissima, descuiydada, enemiga de las letras y ciencias ilustres… y por consiguiente agena a todo trato urbano, cortés y político. Criavan sus hijos cerriles como bestias, sin ensenaza racional y doctrina de salud, excepto la forcosa…”
“Eran torpes en sus razones, bestiales en su discurso, bárbaros en su lenguaje, ridículos en su traje, yendo vestidos por la mayor parte, con gregúesquillos ligeros de lienzo, o de otra cosa valadí, al modo de marineros, y con ropillas de poco valor, y mal compuesto adrede, y las mugeres de la misma suerte, con un corpezito de color, y una saya sola, de forraje amarillo, verde, o azul, andando en todos tiempos ligeras y desembarazadas, con poca ropa, casi en camissa, pero muy peinadas las jovenes, lavadas y limpias. Eran brutos en sus comidas, comiendo siempre en tierra (como quienes eran) sin mesa, sin otro aparejo que oliesse a personas, durmiendo de la misma manera, en el suelo, en transpontines, almadravas que ellos dezian, en los escaños de sus cozinas, o aposentillos cerca de ellas, para estar mas promptos a sus torpezas, y a levantar a cahorar y refocilarse todas las oras que se despertavan. Comían cosas viles… como son fresas de diversas harinas de legumbres, lentejas, panizo, habas, mijo, y pan de lo mismo. Con este pan los que podian, juntavan, pasas, higos, miel, arrope, leche y frutas a su tiempo… por esso gastavan poco, assi en el comer como en el vestir, aunque tenian harto que pagar, de tributos a los Señores.”


“Eran muy amigos de burlerías, cuentos, berlandinas y sobre todo amicissimos (y assi tenian comunmente gaytas, sonajas, adufes) de baylas, danças, solazes, cantarzillos, alvadas, passeos de huertas y de fuentes, y de todos los entretenimientos bestiales en que con descompuesto bullicio y gritería, suelen yr los moros villanos vozinglando por las calles. Vanagloriavanse de baylones, jugadores de pelota y de la estornija, tiradores de bola y del canto, y corredores de toros, y de otros hechos semejantes de gañanes. Eran dados a officios de poco trabajo, texedores, sastres sogueros, esparteñeros, olleros, çapateros, albeytares, colchoneros, hortelanos, recueros, y revendedores de azeyte, pescado, miel, pasas, açucar, lienços, huevos, gallinas, çapatillos y cosas de lana para los niños; y al fin tenian oil dos que pedían asistencia en casa y davan lugar para yr discurriendo por los lugares y registrando cuanto passava de paz y de guerra, por lo qual se estavan ordinariamente ociosos, vagabundos, echados al sol el invierno con su botija al lado, y en sus porches el verano… pero pocos y bien pocos delios tenian oficios que tratasen en metal, o en yerro, o en piedras ni maderos, excepto que tenian algunos herradores procurados para su común, por el grande amor que tenian a sus respectados machos, y por huyr de tener contratación con los Christianos, por el odio que nos tenian. En el menester de las armas, eran visoñisimos, parte porque avia años que les estavan vedadas y el poco uso inhabilita… parte porque eran cobardes y affeminados, como lo pedía el flaco empleo de su vida y el affeminado modo de criar-se, y como dizen de los malos que siempre andan agavillados temblando de temor sin fundamento… Assi estos pusilánimes nunca andavan solos por los caminos ni por los términos de sus propios lugares, sino a camaradas. Sus altercaciones aunque fuessen de cosa momentánea, las ventilavan siempre a gritos a vozes desmesuradas… Eran entregadísimos sobremanera al vicio de la carne… De aquí nacieron muchos males y perseve rancias largas de pecados en cristianos viejos, y muchos dolores de cabeça y pesadumbres para sus mugeres, por ver sus maridos o hermanos, o deudos ciegamente amigados con moriscas desalmadas que lo tenían por lícito…”
“Casaban sus hijos de muy tierna edad, pareciéndoles que era sobrado tener la hembra onze años y el varón doze, para casarse. Entre ellos no se fatigaban mucho de la dote, porque comunmente (excepto los ricos) con una cama de ropa, y diez libras de dinero se tenían por muy contentos y próspetos. Su intento era crecer y multiplicarse en número como las malas hierbas, y verdaderamente, que se avían dado tan buena mano en España que ya no cabían en sus barrios ni lugares, antes ocupavan lo restante y lo contaminavan todo…”
“Y multiplicávanse por extremo, porque ninguno dexava de contraher matrimonio, y porque ninguno seguía el estado annexo a esterilidad de generación carnal, poniéndose frayle, ni clérigo, ni monja, ni avía continente alguno entre ellos hombre ni muger… Todos se casavan, pobres y ricos, sanos y coxos… Y lo peor era que algunos christianos viejos… se casavan con moriscas, y maculavan lo poco limpio de su linaje…”.


Este intercambio cultural y social entre cristianos viejos y moriscos fue una característica general del ambiente del momento, pues aquellos vieron envueltos intensamente por la influencia de los usos y costumbres de éstos. Ya en 1513, la reina doña Juana había publicado una cédula reiterando la prohibición del uso de las ropas moriscas y de su confección y en ella se llega a decir:

“E después, porque fui informada que los sastres cristianos viejos e mudéjares cortaban las dichas ropas, diciendo que a ellos no se entendía… la dicha Provisión, mandé dar otra para que los sastres cristianos viejos e mudéjares no pudieran hacer las dichas ropas moriscas… así porque las ropas que tienen hechas son muchas como porque muy escondidamente las cortan y hacen, de manera que todavía hacen las dichas ropas, en especial las mujeres, que todavía traen las dichas almalafas e andan cubiertas las caras…”.

Pero esta prohibición no afecta sólo a las moriscas, sino también a las cristianas viejas, adaptadas a las mismas costumbres. Con la misma fecha de la anterior, se publica otra cédula que dice:

«Por cuanto he sido informada que algunas mujeres cristianas viejas que viven… en la dicha çidad de Granada e en las otras çibdades e villas e lugares de este reino, no mirando a lo que generalmente tenemos mandado…, ellas se visten a la morisca e se cubren con almalafas…, que de aquí adelante ninguna cristiana vieja no pueda vestir ni vista a la morisca, so pena que, por la primera vez…, pierda los vestidos que así se pusiere e les sean dados cien azotes, y por la segunda vez la misma pena e más que sea perpetuamente desterrada de todo el reino de Granada…”.

El uso de muchas de las modas moriscas fue habitual en España en todo el siglo XVII. Las “tapadas” fueron famosas en nuestra literatura del Siglo de Oro: las damas sabían usar de sus velos y mantos como instrumento de galanteo y aventura. El historiador matritense Antonio de León Pinelo escribe:

“el taparse es embozarse… de medio ojo, doblando, torciendo y prendiendo el manto de suerte que, cubriendo uno de los ojos, que siempre es el izquierdo, quede lo restante del rostro aún más oculto y disfrazado que si fuera cubierto todo…”
“…como las moriscas siempre andaban tapadas con sus almalafas o sábanas blancas… en vistiéndose a lo español, convirtiéndolas en sus mantos negros, dieron en taparse con ellos del modo que solían con las sábanas”.


Tirso de Molina pone en boca de un galán, ponderando a una sevillana:

“¡Oh, medio ojo, que me aojó!
¡Oh, atisbar de basilisco!
¡Oh, tapada a lo morisco!
¡Oh fiesta y no de la O!

De Andalucía se extendió la moda del tapado a toda España; según Deleito, la moderna mantilla, que durante el siglo XIX distinguió el tocado de la mujer española entre las de otros países, fue una derivación de aquellos mantos moriscos.

Durante algún tiempo pudo pensarse que favoreciendo una política matrimonios mixtos podría conseguirse una más pronta absorción de la población morisca, pero los resultados fueron muy mediocres, siendo una excepción la diócesis de Siguenza, concretamente en Arcos y Deza del duque de Medinaceli, donde parece ser que estos matrimonios fuero una práctica generalizada. Era más frecuente el caso de la boda de una cristiana vieja con un morisco, pero siempre estas uniones resultaban, con el tiempo, blanco de la Inquisición, porque estas mujeres se asimilaba a la fe islámica del marido y llegaban a desempeñar papeles importantes las aljamas . Ya Cervantes hace alusión a este problema cuando el morisco Ricote confiesa a Sancho su preocupación por la suerte de su hija, de la cual se había enamorado un joven cristiano, rico mayorazgo:

“Yo sé cierto que la Ricota, mi hija, y Francisca Ricote, mi mujer, son católicas cristianas, y aunque yo no lo soy tanto todavía tengo más de cristiano que de moro”… “Y a fe que muchos tuvieron deseo de esconderla y salir a quitársela en el camino…Principalmente se mostró más apasionado D. Pedro Gregorio, aquel mancebo mayorazgo rico que tú conoces, que dicen que la quería mucho, y después que ella se partió, nunca más él ha parecido en nuestro lugar, y todos pensamos que iba tras ella para robarla… Siempre tuve yo mala sospecha… de que ese caballero adamaba a mi hija; pero fiado en el valor de mi Ricota, nunca me dio pesadumbre el saber que la quería bien; que ya habrás oído decir, Sancho, que las moriscas pocas o ninguna vez se mezclaron por amores con cristianos viejos" (II,LIV).

La abundancia de esta población morisca en Castilla se demuestra cuando en 1609, entre los expulsados, salen 64.000 de ambas Castillas la Mancha y Extremadura, y 6.000 del Campo de Calatrava y es bien sabido que la expulsión nunca llegó a ser totalmente exhaustiva, que muchos soslayaron los decretos y otros muchos consiguieron escapar y regresar de nuevo a sus casas de España. Acerca de la comunidad morisca de las cinco villas del Campo de Calatrava, sabemos que, aunque solicitaron enérgicamente el ser eximidos de la expulsión, exhibiendo privilegios que les habían concedido los Reyes Católicos, no les valió nada, pero posteriormente el regreso fue masivo, y, según los datos que han podido ser recogidos, de Villarrubia, de 730 moriscos expulsados, 1612 habían regresado 600, y ese mismo año habían vuelto a Almagro 800 moriscos. Tal era la situación que se ofrecía, que en 1624 fue otorgada una Real Provisión ordenando que se les guardasen dichos privilegios a 1os moriscos de las cinco villas y, según palabras de Blázquez Miguel, “desde entonces no parece que fueran molestados”.

Estos moriscos, pues, vivían sueltos por Castilla, libres de todo vasallaje, sin dependencia de ningún señor; no constituían una población estable, como la de sus correligionarios de Aragón o de Valencia, de procedencia mudéjar. Los mudéjares castellanos habían emigrado hacia el sur y no plantearon ningún problema; el conflicto sólo surgió a partir de 1570.

En 1575 un bando ordena el desarme de los moriscos de Valencia. En 1585 estalla en Aragón la guerra entre los moriscos (labradores de las tierras bajas de la ribera del Ebro) y los pastores montañeses. En 1609 se pregona el bando de expulsión de los moriscos valencianos, y en 1610, en Sevilla, la de los andaluces, murcianos y de la villa de Hornachos, a la que seguirán la de los moriscos de Cataluña, Aragón, las dos Castillas, Extremadura y la Mancha. El año 1614 pone el broche final a este éxodo, con la salida oficial de los últimos moriscos del Valle de Ricote, exceptuados hasta entonces por su antigüedad y fama de buenos cristianos.

El éxodo de los moriscos, durante el trance de su expulsión, fue uno de los mayores traumas sociales de la historia de España. El P. Aznar Cardona, de cuya obra hemos citado ya un extenso texto, continúa con una minuciosa y detallada descripción de cómo fue la salida para el destierro de los moriscos aragoneses; el. patetismo de su situación y el estado de ánimo deprimido y angustiado de aquellos emigrantes forzosos, se ven fielmente retratados en su relato:

“Salieron pues los desventurados moriscos por sus días seña lados por los ministros reales, en orden de processión desornada, mezclados los de pie con los de a caballo, yendo unos entre otros, reventando de dolor, y de lágrimas, llevando grande estruendo y confusa vózería, cargados de sus hijos y mugeres, y de sus enfermos, y de sus viejos y niños, llenos de polvo, sudando, y carleando, los unos en carros apretados allí con sus personas, alhajas y baratijas: otros en cavalgaduras con estrañas invenciones y posturas rústicas…. cada qual con lo que tenía. Unos yban a pie, rotos, mal vestidos, calvados con una esparteña y un çapato, otros con sus capas al. cuello, y otros con diversos envoltorios y líos…”.

“Entre los sobredichos de los carros y cavalgaduras (todo alquilado…).. yban de quando en quando (de algunos moros ricos) muchas mugeres hechas unas debanaderas, con diversas patenillas de plata en los pechos, colgadas de los cuellos…, y con mil gayterfas, y colores, en sus trages y ropas, con que disimulavan algo el dolor del coraçón. Los otros que eran más sicomparación, yban a pie, cansados, doloridos, perdidos, farti- gados, tristes, confusos, corridos, rabiosos, corrompidos, enoj ados, aburridos, sedientos, y hambrientos: tanto, que por justo castigo del cielo no se veyan hartos ni satisfechos, ni les bastava el pan de los lugares, ni la agua de las fuentes, con ser tierra tan abundante, y con dalles el pan sin límite con su dinero.”

Pero, a pesar del celo y del esmero con que se organizó la salida de los moriscos de España, muchos permanecieron en ella después de estas fechas: unos acogidos a las disposiciones eximentes, bien por entrar en religión acogidos a los conventos, o por matrimonio con cristianos viejos: muchos escaparon a la expulsión buscando una vida nómada, fuera de sus pueblos de origen, para no ser conocidos, ejerciendo como vendedores, artesanos ambulantes, arrieros o recaderos, manteniendo sus costumbres como criptomoriscos, durante generaciones.

Los datos que se conservan acerca de los moriscos que consiguieron quedarse en España “legalmente” dan la impresión de que el número de éstos fue muy escaso, si se tiene en cuenta la población total en esos momentos, pero lo que es indudable es que sólo se hizo constar documentalmente un tanto por ciento muy bajo de los que realmente permanecieron. De todas maneras, las referencias son muy interesante ejemplo, según indicación de Rosa María Blasco Martínez , el obispo de Orihuela, Fr. Andrés Balaguer, en carta a Fr. Antonio Sobrino de 30 de septiembre de 1609, se quejaba de la marcha generalizada de moriscos en algunos lugares de su obispado, diciendo:

«las casas de Petrel se fueron todas sino dos que el conde de Elda mandó quedar por fuerça ;en Monóvar que es de 250 vezinos, quedan 30 de estos medio voluntarios. En Albatera lugar de 300 vezinos, quedan 36 casas; las casas de Elche son 39 pero ‘todos se quieren ir y el señor duque los tiene por fuerça”.

Sin embargo, según afirma Blasco Martínez, el mismo prelado, meses después, confirma la permanencia de moriscos en un memorial que dirige al rey, el 10 de marzo de 1610:

«En Alicante y toda su huerta quedan muchos moriscos, assi pequeños como grandes, assi hombres como mujeres, de 20, 30, 40 y 50 años, los quales los han trahydo como esclavos y los tienen por tales”.

Este mismo obispo clasifica en cuatro apartados a los moriscos o que se quedan en su diócesis, dando un total de 306 personas:

1. Niños moriscos (aunque incluye también en este apartado algunas personas mayores que permanecen sin licencia, en número de 248.
2. Moriscos que tienen licencia del obispado por haber dado muestras de ser buenos cristianos antes del decreto de expulsión, en número de 47 .
3. Moriscos que han probado ser hijos de cristianos viejos; son 7.
4. Moriscas casadas con cristianos viejos o que han quedado viudas; son 4.

La permanencia de moriscos en España, después de las órdenes de expulsión, es un hecho indudable, pues, a pesar de los sucesivos decretos proclamados contra su estancia en nuestro país, muchos de ellos consiguieron mantenerse en estas tierras, que no deseaban abandonar, valiéndose para ello, como hemos dicho, de muy diversas estratagemas. Algunos de ellos, incluso, se mantuvieron ocultos en sus viejas tierras, eludiendo el cumplimiento de todas las disposiciones, amparados por sus mismos señores, que temían perder su valiosa mano de obra, tan experta para la agricultura; y, aún de los que se marcharon, fueron muchos también los que regresaron de nuevo a España, buscando la forma de permanecer en ella subrepticiamente. En este sentido se expresan las quejas de Fr. Marcos de Guadalajara, acerca de la desidia de los responsables de llevar a efecto la total expulsión, y dice:

“En las justicias y personas a cuyo cargo estaba el Andaluzia, Reyno de Granada, y de otras partes, no auia tanta diligencia en expeler los que alli auian quedado, y castigar los que se auian buelto como conuenia”.

Estas afirmaciones se ven ampliamente confirmadas en la carta que el conde de Salazar dirige al rey Felipe III, fechada en Madrid a 8 de agosto de 1615, cuando la operación de expulsión debía de estar completamente acabada, en la cual se queja con los siguientes términos:

“En el Reyno de Murcia, donde con mayor desberguença se an buelto quantos moriscos del salieron por la buena boluntad con que generalmente los reciben todos los naturales y los encubren los justicias…”
“… que ya se an buelto los que espelió, y los que abyan ydo y los que dejo condenados a galeras acuden de nuebo a quejarse al consejo en toda el Andalucia por cartas del duque de Medina Sidonia, y de otras personas se sabe que falta de bolberse solos los se an muerto en todos los lugares de Castilla la Byeja y la Nueba y la Mancha y Estremadura, particularmente en los deseñorio se sabe se buelben cada dia muchos y que las justicia lo disimulan".


Las quejas se refieren también a las justicias ordinarias de otras regiones, por el incumplimiento de las órdenes reales:

“No se sabe que ayan preso ningun morysco ny yo e tenido cartas de ninguna dellas: las islas de Mallorca y de Menorca y las Canarias tienen muchos moriscos asi de los naturales de mysmas yslas como de los que an ydo espedidos, en la Coros de Aragon se sabe que fuera de los que se han buelto y pasado los de Castilla ay con permision mucha cantidad dellos y la que con las mysmas licencias y con probanças falsas se han quedado en España son tantos que era cantidad muy considerable…”
“… de los moriscos de Tanger me a obligado a dalle quenta del mal estado que tiene la espulsion de los moriscos por los muchos que cada dia se buelben y por los que an dejado despelerse que todos juntos es una cantidad muy considerable”.


También Pedro de Arriola, encargado de la expulsión de los moriscos de Andalucía, se queja del gran número de éstos que regresa, en una carta dirigida al rey, fechada en Málaga a 22 de noviembre de 1610:

“Muchos moriscos de los expedidos del Andaluzia y Reyno de Granada se van bolbiendo de Berberia en navios de Franceses que los echan en esta costa de donde se van entrando la tierra adentro, y he sabido que los mas dellos no buelben a las suyas por temor de ser conosçidos y denunçiados, y como son tan ladinos residen en qualquier parte donde no los conosçen, como si fuessen christianos viejos".

Y dice más adelante:

“Y los que quedan se buelben a España y tengo presos cinco que se han atrebido a venir a esta ciudad y estos me dizen que se van bolbiendo todos…”.

Acerca de estas inmigraciones subrepticias, una de las descripciones; más sugestivas es la que hace Cervantes, en su parte II del Quijote ( editada en 1615), cuando refiere el encuentro de Sancho con los al parecer peregrinos extranjeros, que pedían limosna cantando, entre los que se encontraba su antiguo vecino Ricote, “transformado de morisco en alema o en tudesco”, el cual le refiere sus cuitas, “sin tropezar nada en su lengua morisca, en la pura castellana”, diciendo:

"Cómo, ¿y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote el morisco, tendero de tu lugar?”… “Finalmente, con justa razón fuimos castigados con la pena del destierro blanda y suave al parecer de algunos; pero al nuestro la más terrible que se nos podía dar. Doquiera que estemos lloramos por España; que, en fin, nacimos en ella, y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea; y en Berbería y en todas las partes de Africa, donde esperábamos ser recibidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan. No hemos conocido el bien hasta que lo hemos perdido; y es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos (y son muchos) que saben la lengua como yo, se vuelven a ella, y dejan allá sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen” (cap. LIV).

Es interesante en este pasaje la referencia que Ricote hace de Alemania, como país adecuado para establecerse los moriscos:

“Salí como digo, de nuestro pueblo, entré en Francia, y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia, llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive corno quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia”.
“Ahora es mi intención…pasar desde Valencia a mi hija y a mi mujer, que sé que están en Argel, y dar trazas como traerlas a algún puerto de Francia y desde allí llevarlas a Alemania, donde esperaremos lo que Dios quisiere hacer de nosotros”.


Esta tolerancia alemana hacia los moriscos se debía a la influencia de la Reforma de Lutero; en Francia también habían encontrado buena acogida por parte de los protestantes del Mediodía, en el Bearn y en el Languedoc, pues en el sínodo nacional de Montauban de 1594 se precisa que pueden recibir el bautismo “les enfants de ceux qu’on appelle Bohémes, Sarrasiris 011 Egyptiens” . Vemos, pues, ya mezclados socialmente en Europa a los moriscos con los bohemios y los gitanos, todos marcados entre las razas proscritas.

Cuando la expulsión, Enrique IV había permitido que los moriscos se instalasen en Francia, aunque con la condición (ya que en 1593 había abjurado del protestantismo) de que se adhirieran a la “religión católica, apostólica y romana”; a pesar de la tolerancia religiosa expresada en el edictó de Nantes (1598), muchas familias moriscas prefirieron continuar su éxodo hasta Alemania para “vívir con mas libertad”, según las palabras de Ricote. Algunos, sin duda, buscarían regresar de nuevo, del modo que, fuera, a España.

Bernard Vincent, al tratar de los moriscos de Extremadura, considera que durante el último tercio del siglo XVI los cristianos establecieron ciertas distinciones dentro de esta minoría, que se consideraba globalmente peligrosa con cierto fundamento, dividiéndolos en tres grupos: Los primeros, los más peligrosos eran los moriscos viejos de Benquerencia Hornachos y Magacela, dispuestos a alzarse en cualquier momento, mantenían relaciones constantes con el reino de Granada; los eran la mayoría de los granadinos que unía a su intransigencia una inquietante movilidad; el tercer grupo era el de los moriscos de las ciudades estaban en franca minoría, que constituían un elemento estable, recuperable, pero que con la llegada de los granadinos se soliviantaron también como ellos. Bajo este criterio se decretaron las primeras expulsiones, por lo que el resto de los moriscos, no incluidos en estos tres apartados, pudieron librarse de estas medidas, conforme se puede leer en el informe del de Salazar.

Por ello, Vincent afirma: “Sin duda estos criterios prevalecieron en todas partes, lo que plantea el problema de la permanencia en España de una población morisca más numerosa de lo que generalmente se admite, después de 1610. La toponimia atestigua su pervivencia en Extremadura. Sin embargo, considera la imposibilidad de precisar cuántos fueron los moriscos que se quedaron, ya que siempre se ha considerado que la expulsión de 1609-1610 fue el exterminio radical de su presencia en España.

Los procesos inquisitoriales del Santo Oficio, conservados en los archivos, demuestran de forma evidente que los moriscos mantenían su presencia, aunque de una forma latente. Un ejemplo de ello podría se el caso de un tal Juan Fernández, morisco de los que quedaron en Valdepeñas después de la expulsión, tras haber acreditado una sincera conversión; sin embargo, en 1613, en la noche de la boda de su hija, ante la presencia de diez personas, pronunció una oración en árabe, amonestó al novio para que cuidase de su hija y declaró que ya estaban casados, porque la ceremonia de la Iglesia no tenía ningún valor.

Respecto a jurisdicción de Murcia, según los procesos registrados de la inquisición, gran parte de los moriscos expulsados que se habían refugiado en Orán, fueron pidiendo, poco a poco, volver a la fe católica, como ocurrió en 1624, año en que fueron absueltos 28 de ellos. Durante todo el siglo XVII se sabe de la gran abundancia de moros en Cartagena, incluso todavía en 1677 eran muchos los que se encontraban, algunos libres y otros a los que se les denominaba “cortados o atajados a çierto prezio pagando por el conforme a sus cantidades de jornales crezidos que son usuras conoçidamente…; se atajaban por 100 pesos. No debía de diferir mucho esta situación en el siglo XVIII, ya que el rey de Argel edificó una mezquita para los moros de Cartagena, que fue asaltada por los cristianos de la ciudad, lo cual provocó las protestas de los argelinos ante el P. Alonso Zorrilla, que amenazaron con la destrucción de todas las iglesias de Argel y el derribo del hospital .
Pero, el hecho es que toda esta masa de población incontrolada, de ascendencia morisca, se fue sedimentando, al correr de los años, y asentándose de la mejor manera que pudo, en los lugares en que la convivencia con otros grupos sociales les era posible, aunque manteniendo, en la mayoría de los casos, su propia identidad humana y cultural. De la misma manera que, en los albores de la reconquista, los primeros árabes sometidos, precursores de los mudéjares, en la cuenca del Duero, llegaron a formar pueblos bien diferenciados, como es, probablemente, el caso de los maragatos y, tal vez, el de los charros . Estos nuevos conversos entraron a formar parte, de hecho, en la sociedad española de la Edad Moderna y de la Contemporánea.

Siguiendo, en lo posible, los rastros de las huellas que estas gentes nos fueron dejando, apoyándonos en los datos lingüísticos y culturales de algunos pueblos españoles, hemos intentado encontrar una relación entre unos y otros, mientras nos preguntábamos: ¿quiénes eran los “maños”, los majos , los “quinquis”…? (gentes que han constituido siempre una población consolidada en sus usos y costumbres, bien diferenciadas). ¿Por qué se llamaban así?. ¿Por qué eran tan abundantes las palabras de origen árabe entre las gentes de germanía o del “hampa”, y entre ellos formaban categoría social los “guapos”, los “chulos”, los «jaques”, los «jayanes”, los mandiles”, los «gorrones”…? Una profunda curiosidad por estos grupos sociales me llevó a ir buscando, en cada uno de ellos, un posible entronque con los supervivientes de los antiguos moriscos.