lunedì 16 novembre 2009

Moriscos y gitanos en minoría, Cristina Cruces Roldán


(...La hipótesis arranca fundamentalmente de la propuesta teórica que formulara Blas Infante en Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo, una recopilación de textos sueltos de la década de 1930 publicada ya en 1980. Infante sitúa el ámbito cronológico de nacimiento del flamenco en una franja de dos siglos -desde el segundo cuarto del XVI al último cuarto del XVIII- y atribuye su gestación a lo que denomina “una conmoción social disgregante del conjunto social al que sirvió de expresión”. Su teoría es que la música lírica y coral del medievo se pierde en el siglo XVI para reaparecer en el XVIII “afectada por una extraña técnica y en poder de los gitanos” (11). De ser lírica, coral y monódica, pasa a ser un melos dramático, y en ello interviene el doble sendero de reproducción histórica de aquellos sones: la vía palaciego-eclesiástica, y la vía popular. Según Blas Infante, es el colectivo musulmán “del que venía” el que conserva sus músicas a salvo de las persecuciones y la expulsión; son los moriscos y mudéjares que quedaron, dedicados básicamente al cultivo de la tierra, quienes patrimonializaron la vía popular. Expulsados entre 300.000 y 1.000.000 de moriscos a principios del XVII, según su estimación, gran parte de ellos corren a refugiarse en lugares donde no eran conocidos (si hablaban bien el castellano), o a ocultarse en sierras y emplazamientos inaccesibles. Muchos regresaron del exilio a la que siempre tuvieron por su tierra. A su vez, en esas fechas, gran número de gitanos vagaban por el solar andaluz como bandas itinerantes o comunidades dirigidas por jerarcas y también perseguidas. En este contexto, todos los parias se comprendieron y reconocieron como iguales, lo que facilitó el acogimiento de unos por otros en una común situación de ilegalidad y hostigamiento.Expulsados y sin querer abandonar la que era su patria, no es desarbolado aceptar con Blas Infante que se refugiarían en algunas caravanas de gitanos. Así fue como moriscos y gitanos quedaron asociados en un mismo cuerpo, y aquella música y las danzas que hacían todos ellos se vinieron a reunir bajo la denominación flamenco, que sería una simplificación de la expresión árabe felah-mengu, esto es, “campesino huido”. Porque labradores huidos eran los unos, y errantes acosados los otros. “Grupos heterodoxos a la ley” cuyo nombre no trascendería hasta el siglo XIX por el peligro que comportaba la nominación pública de estos sujetos. Como se comprueba, la hipótesis arabista se impone sobre la gitanista: “Comienza entonces la elaboración de lo flamenco por los andaluces desterrados o huidos en los montes de África y España… La gran estirpe creadora, reducida a la condición gitana” (12), escribirá Infante.
En este contexto, hay que recordar que los gitanos habían entrado en España a mediados del siglo XV, y ya en los tiempos de la expulsión de los moriscos habrían absorbido, como afirmaba Turina, algunos de los cantes y bailes andaluces, amoldándolos a su forma de hacer, a su sensibilidad y a sus tradiciones musicales y plásticas. Los hechos históricos que se aducen para defender la confusión final de ambos grupos étnicos se centran en el refugio que un número considerable de los moriscos expulsados buscó en diversas ciudades de la Baja Andalucía, sobre todo en el valle del Guadalquivir y en particular en Triana. Cierto embajador marroquí que visitó Andalucía en 1690-1691 afirmó haber visto moriscos a su paso por Sevilla, Lebrija, Jerez, Utrera. Marchena, Linares y otros núcleos donde, no debe ser casualidad, se dan hoy algunas de las máximas densidades de gitanos de Andalucía. En este viaje, como señala J. Gelardo, se da cuenta del estado de miseria y el agrupamiento como tribus nómadas de estos moriscos, y, con ocasión de una fiesta de recibimiento con acompañamiento instrumental que se les dio, se menciona cómo “un grupo de estas mujeres tenían entre sus manos unas guitarras. Su canto es diferente del de los cristianos que viven en las ciudades civilizadas”. Ello lleva al autor a sugerir una continuidad en la tradición cantaora de toque y baile moriscos que sería basamento del flamenco posterior (13).La cuestión adquirió una complejidad de la que ya se advierte en algunas denuncias inquisitoriales de la época, donde se da cuenta de la confusión de moriscos camuflados. J.L. Navarro recoge un informe del Consejo de Estado de 1610 donde se dice literalmente que “Ay presunción que muchos de los que abundan como gitanos son moriscos”, así como la confirmación de algunas confesiones y procesos inquisitoriales entre unos y otros. Una fusión que no sólo se produciría entre gitanos, sino también entre “tropas de mendigos,… peregrinos, maleantes y bandidos” (14). En su opinión, “Algunos trataron de quedarse entregándose como esclavos a particulares, otros se internaron en las sierras, se hicieron bandoleros, se mezclaron, probablemente, con bandas de gitanos… hasta una integración en los bajos fondos, incluida la población gitana” (15). Y añade: “Ya es bastante significativo que moriscos y gitanos compartan los nuevos apellidos castellanos…,como lo es el hecho de que aquellos lugares enclaves donde hubo una mayor población morisca sean, precisamente, en los que se asentó el mayor número de gitanos: Albaicín,… Las Alpujarras,… Triana, Lebrija, Marchena, Utrera… y Jerez de la Frontera” (16).

La cuestión radica, al decir de M. Barrios, en que, si no fue a través de la fusión de ambos grupos –a la que colaboraría hasta el “color de piel”- no se explica que no exista más rastro de los moriscos en la documentación de la época. ¿Cómo, si no a través de la mezcla, se puede explicar lo que califica el autor como la “espectacular desaparición de los moriscos” de los que, en estimación de J. Gelardo, aún habrían quedado en Andalucía 186.000 efectivos después de la expulsión? (17) ¿Y cómo explicar el hecho de que aparezcan de pronto –20 o 25 años después de su destierro- tantos gitanos dedicados a las faenas agrícolas, cuando siempre fueron un pueblo ajeno al cultivo de la tierra? Pues, simplemente, porque –como relatan las leyes contra los gitanos- la mayoría de ellos “no lo son de nación” (1619) sino que se llaman a sí mismos de tal modo (18).

En definitiva, algunos de los moriscos expulsados quedarían en Granada y sus descendientes seguirían practicando sus costumbres de forma más o menos clandestina. Otros volvieron a España de forma oculta, como se menciona en el episodio de Ricote de El Quijote, publicado en 1615 (19). A su vez, parece probado que muchos grupos de gitanos se asentaron en barrios que habían sido de población morisca en toda Andalucía, y que los gitanos hicieron suya no sólo la práctica de cantes y bailes sino también variados oficios de pequeña producción, producción y distribución de alimentos, y otros considerados viles por ser mecánicos o tratar del despiece de animales, la venta directa de productos, etc. Muchos de ellos habían sido propios de moriscos, especialmente el de herreros, lo cual ha llevado a relacionar la “modesta ferrería gitana con la morisca” (20). J. de la Plata, analizando el caso de Jerez, sostiene que estos moriscos se mezclarían con los gitanos que empezaron a asentarse en las afueras, lo que entonces eran arrabales de Santiago y San Miguel (barrios flamencos por excelencia), aunque como tales moriscos desaparecen oficialmente y ya en el siglo XVI y son los gitanos quienes encarnan los papeles de herradores, vendedores de menudo, caldereros, canasteros, lateros, corredores de bestias, vendedores ambulantes y otros. Ya se había formado, en opinión del autor, una población marginada común y mezclada, con lo cual “el arte flamenco fue posible gracias a estos entronques entre gente de raza prieta, morisca y, posteriormente, gitana” (21).
El tránsito de una música polifónica, coral y lírica a otra solitaria individualista y dramática tendría que ver con todo esto: los moriscos se unieron a los gitanos porque sobre ellos no pesaban ni la expulsión ni la muerte, y a través de su música consiguieron encontrar un modo de presentar su pena y afirmar su espíritu.)