Fonte: http://www.webislam.com/?idt=14170
"Observad la mariposa atraída por la llama. Su destino es visible para nosotros, pero ignorado por ella" (Máxima Sufí)
El autor de este texto no es un especialista en el Sufismo, y, mucho menos, un iniciado en este sistema de pensamiento, lo que puede constituir, hasta cierto punto, una ventaja en relación a los objetivos que se pretenden alcanzar. En efecto, el abordaje de determinados temas por personas especializadas1, por un lado, se nos proporcionan elementos muy precisos sobre los temas referidos, por otro lado, tiene generalmente el inconveniente de reducirlos a una dimensión demasiado individualizada, sin que se ponga en evidencia la relación con otros aspectos de la realidad. Esa ha sido, en lo que respecta a la cultura, la tendencia más frecuente. Ahora, sin embargo, se exige otra actitud. En el momento histórico actual, el trabajo esotérico debe, no sólo establecer la relación necesaria de armonía con el todo, sino también hacer una desocultación de ciertas enseñanzas, que se han mantenido, de cierto modo, “veladas”2. Lo que no significa, evidentemente, que se tenga que bajar el nivel en el que obligatoriamente se sitúa la Ciencia Esotérica. Hoy, como en el pasado, hay valores que deben ser respetados; y quien pretenda avanzar en la Vía del Conocimiento deberá ser precavido en relación a la proliferación, con fines casi únicamente comerciales, de una falsa literatura esotérica, así como en relación a un determinado tipo de experiencias y de manifestaciones paranormales, provenientes casi siempre de niveles inferiores de consciencia.
Este trabajo de desocultación exige que se estudie y se compare el pensamiento esotérico de los diferentes sistemas, ya que la Tradición es única. Así, el estudio comparado del Cristianismo, el Budismo, el Taoísmo, el Sufismo... nos permitirá comprender mejor esa Verdad única que se encuentra subyacente en todos estos sistemas; pero nunca debemos olvidar que esta misma Tradición es y ha sido presentada bajo múltiples formas, perfectamente adaptadas al espíritu del pueblo al que eran dirigidas. De ahí que, para el mundo occidental – cuya mentalidad se formó sobre todo con la base del Nuevo Testamento – el medio más fácil o, mejor, menos difícil, para alcanzar el Conocimiento, sea seguir el pensamiento esotérico que se encuentra basado en la Tradición Cristiana.
Vamos, por consiguiente, a abordar el Sufismo, no con la actitud del especialista, que no lo somos, sino siguiendo una perspectiva en la que nos vamos a situar: comparando este sistema de pensamiento con otros y, principalmente, con la tradición occidental, en el sentido de, por un lado procurarnos esa Verdad común a todas ellas, y por otro, determinar lo que pueda haber específico del Sufismo.
¿Qué es el Sufismo?
Según el Profesor R. A. Nicholson, considerado el mejor especialista europeo en el Sufismo 4, este es indefinible 5. Con todo, existen algunos aspectos a los que no debemos dejar de referirnos: el primero es que el Sufismo no es una religión, sino una esencia de todas las religiones en un método universal de pensamiento; lo segundo es considerar la libertad absoluta como condición indispensable para la salvación; lo tercero – y tal vez lo más importante – es colocar el Amor por encima de todas las cosas. Así, el Sufismo está encima de toda una filosofía de Amor que, en su exponente más elevado, se identifica con Dios, pasando también por la identificación con todos los seres 6. Sólo el Amor – que es el mismo Dios – y no el Intelecto, permite alcanzar lo Divino. Al-Sabbâk relata que “Dios, después de crear el Intelecto, le preguntó: “¿Quién soy yo?” Y el Intelecto enmudeció. Entonces, Dios le aplicó sobre la vista el colirio de luz de su Unicidad, y el Intelecto, abriendo los ojos, dijo: “Tu eres Dios, y no hay otra Divinidad que no seas Tú” pues, no competía al Intelecto conocer a Dios – concluye Al-Sabbâk – a no ser por medio del propio Dios.
El Sufismo surgió en el siglo VIII D.C. 7, constituyendo, por así decirlo, el aspecto interno del Islamismo 8, cuyo objetivo es la purificación del corazón. Sus miembros son místicos musulmanes que se organizaron al margen de las autoridades ortodoxas que los censuraban por su individualismo y por la aversión a una enseñanza coránica sistematizada. Acabaron, sin embargo, por reconocerles importancia en el plano de la espiritualidad, permitiendo por eso la apertura en el año 250 de la Hégira (980 D.C.) de una cátedra oficial de Sufismo en la mezquita del Cairo.
Al contrario del Hinduismo – que desarrollaba varios métodos espirituales, separando el jnâna (vía del Conocimiento), el bhakti (vía del Amor) y el Karma (vía de la Acción) – el Sufismo tiene a una síntesis de estos tres métodos. Pero el énfasis incide, como ya evidenciamos, en el Amor, que es, simultáneamente, Conocimiento y Acción. Y, si existen diferencias, de acuerdo con cada cofradía (tarîqa) 9, en líneas generales podemos decir que el método del Sufismo se asenta en cuatro aspectos fundamentales: la invocación (dhikr) incesante de Dios, olvidando todo lo que no sea Él; la meditación (fikr), que solo tiene algún valor si abre el acceso al dhikr, la guardia del corazón, que resulta de la acción recíproca de la meditación (fikr) y de la irradiación provocada por el dhikr, de donde surge una “visión del corazón”, que permite captar la Esencia divina; la preservación de la ligazón con el Maestro (Sheik), que exige la obediencia total del discípulo en relación a todo lo que el Maestro diga. Se cuenta, a propósito de esto, que un Maestro pidió a dos de sus discípulos que fuesen a buscar camellos para hacerlos superar un muro. El primero no hizo la menor tentativa de hacer lo que el Maestro le pedía, argumentando que el sentido común le decía que era imposible satisfacer la petición del Maestro. Entonces, el Maestro le apartó, preguntando después al otro discípulo por qué intentaba lo imposible. Y este le respondió que también el sentido común le demostraba esa imposibilidad, pero sabía que el Maestro pretendía poner a prueba su obediencia.
A pesar de que el Sufismo es, como es evidente, una Vía interior, no excluye, en modo alguno, las reglas exteriores presentes en el Corán; sino que, por el contrario, las considera indispensables, incluso para el hombre más santo y más justo. Dice un tratado antiquísimo: “Una regla no animada por el espíritu de la Realidad no tiene valor, de la misma manera que todo espíritu de la Realidad no estructurado por la Ley es incompleto.” Como vía interior, las experiencias de los místicos Sufí no difieren esencialmente de las experiencias de los místicos de otras religiones. Así, al entrar en comunión con Dios, Al-Hallâj exclamó: “Anna-lhaqq” (Yo soy la Verdad), lo que hace recordar inmediatamente la afirmación de Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Evidentemente afirmaciones de esta naturaleza no son generalmente bien aceptadas, y por ello, Hallâj fue condenado por los musulmanes a una muerte cruel, del mismo modo que Jesús fue condenado por su propio pueblo.
Nûri, discípulo de Junnayd, decía que el Sufí “es alguien que no se liga a nada y no es ligado por nada, que no posee nada y que no es poseído por nada”. Esta “pobreza de espíritu” que es, además, el mismo ideal de “desapego” expresado por el Budismo, deberá conducir a la extinción del “yo”. Así, en un interesante poema Sufí, se cuenta que Dios tenía dicho a Moisés: “Si vieras al Diablo, pregúntale cuál es su palabra clave” Y Moisés así hizo. Cuando encontró al Diablo le preguntó inmediatamente cuál era su palabra clave. Y el Diablo respondió: “Mi palabra clave es ‘Yo’, por eso, nunca digas ‘Yo’ si no quieres parecerte a mí”.
Pero, este ideal de “pobreza en espíritu” no encuentra apenas correspondencia en la actitud de “desapego” de los Maestros del Budismo. Es también el mismo ideal que Jesús expresó en el Sermón de la Montaña (“Felices los pobres en espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos” – Mateo, 5-3) siendo seguido apasionadamente por San Francisco de Asís, el cual, según se dice, fue recibido, cuando las Cruzadas, por un príncipe árabe que lo inició en el Sufismo. Entonces, predicó a las aves algunos años después de que el místico Sufí Rumi, hubiera predicado a los perros.
Una Filosofía de Amor
Siendo una Filosofía de Amor, el sufismo tiene, evidentemente, mucho en común con el Cristianismo. Así, para conservar la “guardia del corazón”, el hombre debe dar muestras de una vigilancia permanente (mura-qabah), lo que corresponde, como se sabe, a la práctica de “orar y vigilar”, aconsejada en el Nuevo Testamento. Sólo de ese modo se podrá conocer lo divino y alcanzar el estado de Hombre Perfecto (Ahsantaqwîn), que es aquel que se identifica con Dios. Sus atributos deberán ser la humildad, la paciencia, la fidelidad y, por encima de todo, la veracidad (sidq), que consiste en ver las cosas como son, olvidándose de sí mismo. Decía Al-Hallâj, el mayor místico del siglo X: “Me torné en Aquel que yo amo y Aquel que yo amo se tornó yo. Somos dos espíritus fundidos en un solo cuerpo”. Jesús, expresando la misma identificación, se limitó a decir: “Yo y el Padre somos Uno”
El Hombre Perfecto debe, por tanto, alcanzar la unidad con Dios. Pero, para que eso sea posible, es necesario que se libere de todos los velos de la ilusión. Estos velos se dividen en dos categorías: los velos oscuros (tentación, cólera, deseos...) y los velos claros (castidad, exceso de humildad...). Estos velos claros constituyen una peligrosa trampa, donde son fácilmente atrapados los adeptos mal preparados, pues, pareciendo conducir a la extinción del “yo”, alimentan aún más la personalidad. La unidad se expresa a través de cinco grados: 1º - “No hay otro Dios sino Alá”, 2º - “No hay otro él sino Él”, 3º - “No hay otro tú sino Tú”, 4º - “No hay otro yo sino Yo”, 5º - “No se puede formular, porque no hay unión ni separación, ni alejamiento ni aproximación. Es el mundo divino”.
Para el Sufismo, el hombre fue creado con las más admirables proporciones (ashan taqwîn), habiendo sido, en seguida, precipitado hasta el nivel más bajo (asfal sâfilîm). Ahora, deberá pasar del estado de asfal sâfilîm al de ashan taqwîn. Jesús explicó esta larga peregrinación mediante la Parábola del Hijo Pródigo.
A pesar de que el Sufismo es la esencia de las principales religiones, tiene aspectos específicos que, como hemos visto, caracterizan su método. Entre ellos, es costumbre atribuir especial relevancia a la danza cósmica de los derviches, porque la danza, para los Sufí, expresa mejor que las otras artes la Creación Divina. Mientras que en otras artes el artista no precisa estar presente, en la danza debe estar presente el bailarín, representándose de ese modo la trascendencia e inmanencia de Dios. Mevlana, también conocido como Rumi, fue el primer derviche bailarín. La música y la danza fueron la forma de expresar su reconocimiento a Dios. Enseñó entonces a sus discípulos cómo debían proceder: con los pies superpuestos, el izquierdo ritualmente sobre el derecho, la mano derecha en el aire para recibir el don del cielo, la espada dirigida hacia abajo, para difundir el saber, y deberían girar en torno a un centro, a semejanza de los planetas girando alrededor del Sol.
Otro aspecto característico del Sufismo son sus máximas y las historias divertidas de Narusddin Hodja, personaje legendario en todo Oriente Medio y del que diversos países reclaman la nacionalidad. Se trata, sin embargo, de un Sufí turco que vivió en el siglo XIV. Las “gracias” de Narusddin corresponden a una especie de retrato caricaturizado de la humanidad y deben ser entendidas a diversos niveles de profundidad. He aquí algunos ejemplos:
“Cierto día, Narusddin atravesaba un río, llevando a un profesor en su barco. Como Narusddin era muy inculto, dijo, en determinado momento del viaje, una palabra incorrecta que provocó la risa del profesor. “¿Nunca aprendiste gramática?” – le preguntó el profesor. “No”, respondió Narusddin. “Entonces, perdiste la mitad de tu vida” le dijo el profesor. Algunos minutos más tarde, le preguntó el barquero al profesor: “¿El señor nunca aprendió a nadar?” Y ante la respuesta negativa del profesor, Narusddin replicó: “Entonces perdiste toda tu vida, porque vamos a hundirnos”
La sutil percepción del Sufí le permite alcanzar niveles de entendimiento inalcanzables para la común de las personas. Por eso, no se debe ver en estas historias apenas una diversión, aunque, en cierto modo, sea ese también su objetivo.
José Florido
Licenciado en Filología Románica, Profesor de Literatura y Cultura Portuguesa, Autor de varios libros, entre ellos: “Pietro Ubaldi, Reflexiones” (editado por el CLUC); “Conversación inacabada con Alberto Caeiro”; “Agostinho da Silva” y diversas obras didácticas.
NOTAS
1.- Insistimos en la diferencia que debe ser establecida entre “especialidad” y “función”. Así, aquel que se especializa ejerce, generalmente, una actividad que se aísla de todo en lo que debería estar integrado; sin embargo, aquel que ejerce su función la ejecuta como expresión individualizada de ese mismo todo. La función corresponde a la noción que la doctrina hindú denomina como swadharma, que representa la realización para cada ser humano, de una actividad conforme a su esencia.
2.- El proceso de desocultación deberá ser hecho, en la medida de lo posible, de acuerdo con la regla de oro: “Decir lo que es preciso, en el momento preciso, y a quien le sea preciso”.
3.- Encontramos oportuno destacar el hecho de los maestros espirituales, como fenomenalista y paranormal. Así, en el Deuteronomio XVII, 9-12, podemos leer: “Cuando hayas entrado en la Tierra que el Señor tu Dios te ha de dar, guárdate de imitar las abominaciones de aquellas gentes. No se hallará entre vosotros quien (...) consulte adivinos u observe sueños o augurios, ni que use maleficios, ni que sea encantador, o indague de los muertos la Verdad. Porque el Señor abomina todas estas cosas, y por esas maldades exterminará esos pueblos a tu entrada.” En esta cita, los “adivinos” son los que leen el futuro; “los que usan maleficios y son encantadores”, son los hipnotizadores, “quien indague de los muertos la Verdad”, se refiere a quien invoca a los espíritus.
4.- Existen muchas etimologías posibles para la palabra “Sufismo”. Con todo, se considera, con preferencia, que Sufismo deriva de sûf, que designa una vestimenta de color blanco, usada por los primeros místicos en señal de humildad.
5.- “Definir” significa, de acuerdo con su etimología, “atribuir un fin”, es decir, “determinar la extensión y los límites de un objeto o de un ser”. Ahora bien, debido a la universalidad del Sufismo, no es posible determinar sus límites, siendo, por esa razón, indefinible.
6.- La historia Sufí que transcribimos a continuación muestra la importancia atribuida a la identificación: “Un hombre llama a la puerta de la casa de su amada. Se oye una voz: “¿Quién es?” El hombre responde: “Soy yo”. Y la misma voz dice: “No puedes entrar porque no hay sitio para dos personas” Y la puerta permaneció cerrada. Algunos meses después, el volvió a llamar a la puerta de su amada. Y esta volvió a preguntar: “¿Quién es?” “Eres tú”. Entonces, la puerta se abrió.”
7.- Se trata del primer siglo de la Hégira (emigración), que es la era de los Mahometanos. La Hégira comienza el 16 de julio de 622 de nuestra era, fecha en que Mahoma huyó a la Meca para exiliarse en Yatrib. En cuanto a la Era Cristiana, que se basa en el calendario gregoriano, cuenta el tiempo en años solares, la Era islámica los mide en años lunares, que son once días más cortos. Así, todos los musulmanes calculan los años a partir de la fecha del 16 de julio de 622 (1º día del año lunar).
8.- Islamismo deriva de Islam, que es un sustantivo con la misma raíz que el verbo aslama, que significa “someterse”. El participio activo de este verbo, muslin, designa a “aquel que se somete”. De ahí derivó el término musulmán, que significa “aquel que se somete a Dios”.
9.- A partir del siglo XII, los Sufis se congregaban en Cofradías (tariqâ), aprovechándose de la influencia de los grandes místicos. Por orden cronológico, indicamos las más importantes: a Quâdirîya – fundada por Abd-al-Qâir (1078-1166); a Sohrawardîya – creada por Shihâd al-dîn Sohrawardî (1144-1234): a Rifâiya – fundada por Ahmad ar-Rifâi (1106-1182); a Kubrâwîya – fundada por Najm al-dîn Kubrâ (1145-1221); a Shâdhilîya – fundada por Abul Hassan ash-Shâdhilî (1196-1258); a Mawlawîya – fundada por Djalâl al-dîn Rumî, llamado Mawlânâ (1207-1273). La práctica más original de esta orden es la famosa danza cósmica que hace atribuir a sus miembros la designación de derviches bailarines; a Naqshabandîya – fundada por Bahauddin Naqshabandi (1340-1413).
"Observad la mariposa atraída por la llama. Su destino es visible para nosotros, pero ignorado por ella" (Máxima Sufí)
El autor de este texto no es un especialista en el Sufismo, y, mucho menos, un iniciado en este sistema de pensamiento, lo que puede constituir, hasta cierto punto, una ventaja en relación a los objetivos que se pretenden alcanzar. En efecto, el abordaje de determinados temas por personas especializadas1, por un lado, se nos proporcionan elementos muy precisos sobre los temas referidos, por otro lado, tiene generalmente el inconveniente de reducirlos a una dimensión demasiado individualizada, sin que se ponga en evidencia la relación con otros aspectos de la realidad. Esa ha sido, en lo que respecta a la cultura, la tendencia más frecuente. Ahora, sin embargo, se exige otra actitud. En el momento histórico actual, el trabajo esotérico debe, no sólo establecer la relación necesaria de armonía con el todo, sino también hacer una desocultación de ciertas enseñanzas, que se han mantenido, de cierto modo, “veladas”2. Lo que no significa, evidentemente, que se tenga que bajar el nivel en el que obligatoriamente se sitúa la Ciencia Esotérica. Hoy, como en el pasado, hay valores que deben ser respetados; y quien pretenda avanzar en la Vía del Conocimiento deberá ser precavido en relación a la proliferación, con fines casi únicamente comerciales, de una falsa literatura esotérica, así como en relación a un determinado tipo de experiencias y de manifestaciones paranormales, provenientes casi siempre de niveles inferiores de consciencia.
Este trabajo de desocultación exige que se estudie y se compare el pensamiento esotérico de los diferentes sistemas, ya que la Tradición es única. Así, el estudio comparado del Cristianismo, el Budismo, el Taoísmo, el Sufismo... nos permitirá comprender mejor esa Verdad única que se encuentra subyacente en todos estos sistemas; pero nunca debemos olvidar que esta misma Tradición es y ha sido presentada bajo múltiples formas, perfectamente adaptadas al espíritu del pueblo al que eran dirigidas. De ahí que, para el mundo occidental – cuya mentalidad se formó sobre todo con la base del Nuevo Testamento – el medio más fácil o, mejor, menos difícil, para alcanzar el Conocimiento, sea seguir el pensamiento esotérico que se encuentra basado en la Tradición Cristiana.
Vamos, por consiguiente, a abordar el Sufismo, no con la actitud del especialista, que no lo somos, sino siguiendo una perspectiva en la que nos vamos a situar: comparando este sistema de pensamiento con otros y, principalmente, con la tradición occidental, en el sentido de, por un lado procurarnos esa Verdad común a todas ellas, y por otro, determinar lo que pueda haber específico del Sufismo.
¿Qué es el Sufismo?
Según el Profesor R. A. Nicholson, considerado el mejor especialista europeo en el Sufismo 4, este es indefinible 5. Con todo, existen algunos aspectos a los que no debemos dejar de referirnos: el primero es que el Sufismo no es una religión, sino una esencia de todas las religiones en un método universal de pensamiento; lo segundo es considerar la libertad absoluta como condición indispensable para la salvación; lo tercero – y tal vez lo más importante – es colocar el Amor por encima de todas las cosas. Así, el Sufismo está encima de toda una filosofía de Amor que, en su exponente más elevado, se identifica con Dios, pasando también por la identificación con todos los seres 6. Sólo el Amor – que es el mismo Dios – y no el Intelecto, permite alcanzar lo Divino. Al-Sabbâk relata que “Dios, después de crear el Intelecto, le preguntó: “¿Quién soy yo?” Y el Intelecto enmudeció. Entonces, Dios le aplicó sobre la vista el colirio de luz de su Unicidad, y el Intelecto, abriendo los ojos, dijo: “Tu eres Dios, y no hay otra Divinidad que no seas Tú” pues, no competía al Intelecto conocer a Dios – concluye Al-Sabbâk – a no ser por medio del propio Dios.
El Sufismo surgió en el siglo VIII D.C. 7, constituyendo, por así decirlo, el aspecto interno del Islamismo 8, cuyo objetivo es la purificación del corazón. Sus miembros son místicos musulmanes que se organizaron al margen de las autoridades ortodoxas que los censuraban por su individualismo y por la aversión a una enseñanza coránica sistematizada. Acabaron, sin embargo, por reconocerles importancia en el plano de la espiritualidad, permitiendo por eso la apertura en el año 250 de la Hégira (980 D.C.) de una cátedra oficial de Sufismo en la mezquita del Cairo.
Al contrario del Hinduismo – que desarrollaba varios métodos espirituales, separando el jnâna (vía del Conocimiento), el bhakti (vía del Amor) y el Karma (vía de la Acción) – el Sufismo tiene a una síntesis de estos tres métodos. Pero el énfasis incide, como ya evidenciamos, en el Amor, que es, simultáneamente, Conocimiento y Acción. Y, si existen diferencias, de acuerdo con cada cofradía (tarîqa) 9, en líneas generales podemos decir que el método del Sufismo se asenta en cuatro aspectos fundamentales: la invocación (dhikr) incesante de Dios, olvidando todo lo que no sea Él; la meditación (fikr), que solo tiene algún valor si abre el acceso al dhikr, la guardia del corazón, que resulta de la acción recíproca de la meditación (fikr) y de la irradiación provocada por el dhikr, de donde surge una “visión del corazón”, que permite captar la Esencia divina; la preservación de la ligazón con el Maestro (Sheik), que exige la obediencia total del discípulo en relación a todo lo que el Maestro diga. Se cuenta, a propósito de esto, que un Maestro pidió a dos de sus discípulos que fuesen a buscar camellos para hacerlos superar un muro. El primero no hizo la menor tentativa de hacer lo que el Maestro le pedía, argumentando que el sentido común le decía que era imposible satisfacer la petición del Maestro. Entonces, el Maestro le apartó, preguntando después al otro discípulo por qué intentaba lo imposible. Y este le respondió que también el sentido común le demostraba esa imposibilidad, pero sabía que el Maestro pretendía poner a prueba su obediencia.
A pesar de que el Sufismo es, como es evidente, una Vía interior, no excluye, en modo alguno, las reglas exteriores presentes en el Corán; sino que, por el contrario, las considera indispensables, incluso para el hombre más santo y más justo. Dice un tratado antiquísimo: “Una regla no animada por el espíritu de la Realidad no tiene valor, de la misma manera que todo espíritu de la Realidad no estructurado por la Ley es incompleto.” Como vía interior, las experiencias de los místicos Sufí no difieren esencialmente de las experiencias de los místicos de otras religiones. Así, al entrar en comunión con Dios, Al-Hallâj exclamó: “Anna-lhaqq” (Yo soy la Verdad), lo que hace recordar inmediatamente la afirmación de Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Evidentemente afirmaciones de esta naturaleza no son generalmente bien aceptadas, y por ello, Hallâj fue condenado por los musulmanes a una muerte cruel, del mismo modo que Jesús fue condenado por su propio pueblo.
Nûri, discípulo de Junnayd, decía que el Sufí “es alguien que no se liga a nada y no es ligado por nada, que no posee nada y que no es poseído por nada”. Esta “pobreza de espíritu” que es, además, el mismo ideal de “desapego” expresado por el Budismo, deberá conducir a la extinción del “yo”. Así, en un interesante poema Sufí, se cuenta que Dios tenía dicho a Moisés: “Si vieras al Diablo, pregúntale cuál es su palabra clave” Y Moisés así hizo. Cuando encontró al Diablo le preguntó inmediatamente cuál era su palabra clave. Y el Diablo respondió: “Mi palabra clave es ‘Yo’, por eso, nunca digas ‘Yo’ si no quieres parecerte a mí”.
Pero, este ideal de “pobreza en espíritu” no encuentra apenas correspondencia en la actitud de “desapego” de los Maestros del Budismo. Es también el mismo ideal que Jesús expresó en el Sermón de la Montaña (“Felices los pobres en espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos” – Mateo, 5-3) siendo seguido apasionadamente por San Francisco de Asís, el cual, según se dice, fue recibido, cuando las Cruzadas, por un príncipe árabe que lo inició en el Sufismo. Entonces, predicó a las aves algunos años después de que el místico Sufí Rumi, hubiera predicado a los perros.
Una Filosofía de Amor
Siendo una Filosofía de Amor, el sufismo tiene, evidentemente, mucho en común con el Cristianismo. Así, para conservar la “guardia del corazón”, el hombre debe dar muestras de una vigilancia permanente (mura-qabah), lo que corresponde, como se sabe, a la práctica de “orar y vigilar”, aconsejada en el Nuevo Testamento. Sólo de ese modo se podrá conocer lo divino y alcanzar el estado de Hombre Perfecto (Ahsantaqwîn), que es aquel que se identifica con Dios. Sus atributos deberán ser la humildad, la paciencia, la fidelidad y, por encima de todo, la veracidad (sidq), que consiste en ver las cosas como son, olvidándose de sí mismo. Decía Al-Hallâj, el mayor místico del siglo X: “Me torné en Aquel que yo amo y Aquel que yo amo se tornó yo. Somos dos espíritus fundidos en un solo cuerpo”. Jesús, expresando la misma identificación, se limitó a decir: “Yo y el Padre somos Uno”
El Hombre Perfecto debe, por tanto, alcanzar la unidad con Dios. Pero, para que eso sea posible, es necesario que se libere de todos los velos de la ilusión. Estos velos se dividen en dos categorías: los velos oscuros (tentación, cólera, deseos...) y los velos claros (castidad, exceso de humildad...). Estos velos claros constituyen una peligrosa trampa, donde son fácilmente atrapados los adeptos mal preparados, pues, pareciendo conducir a la extinción del “yo”, alimentan aún más la personalidad. La unidad se expresa a través de cinco grados: 1º - “No hay otro Dios sino Alá”, 2º - “No hay otro él sino Él”, 3º - “No hay otro tú sino Tú”, 4º - “No hay otro yo sino Yo”, 5º - “No se puede formular, porque no hay unión ni separación, ni alejamiento ni aproximación. Es el mundo divino”.
Para el Sufismo, el hombre fue creado con las más admirables proporciones (ashan taqwîn), habiendo sido, en seguida, precipitado hasta el nivel más bajo (asfal sâfilîm). Ahora, deberá pasar del estado de asfal sâfilîm al de ashan taqwîn. Jesús explicó esta larga peregrinación mediante la Parábola del Hijo Pródigo.
A pesar de que el Sufismo es la esencia de las principales religiones, tiene aspectos específicos que, como hemos visto, caracterizan su método. Entre ellos, es costumbre atribuir especial relevancia a la danza cósmica de los derviches, porque la danza, para los Sufí, expresa mejor que las otras artes la Creación Divina. Mientras que en otras artes el artista no precisa estar presente, en la danza debe estar presente el bailarín, representándose de ese modo la trascendencia e inmanencia de Dios. Mevlana, también conocido como Rumi, fue el primer derviche bailarín. La música y la danza fueron la forma de expresar su reconocimiento a Dios. Enseñó entonces a sus discípulos cómo debían proceder: con los pies superpuestos, el izquierdo ritualmente sobre el derecho, la mano derecha en el aire para recibir el don del cielo, la espada dirigida hacia abajo, para difundir el saber, y deberían girar en torno a un centro, a semejanza de los planetas girando alrededor del Sol.
Otro aspecto característico del Sufismo son sus máximas y las historias divertidas de Narusddin Hodja, personaje legendario en todo Oriente Medio y del que diversos países reclaman la nacionalidad. Se trata, sin embargo, de un Sufí turco que vivió en el siglo XIV. Las “gracias” de Narusddin corresponden a una especie de retrato caricaturizado de la humanidad y deben ser entendidas a diversos niveles de profundidad. He aquí algunos ejemplos:
“Cierto día, Narusddin atravesaba un río, llevando a un profesor en su barco. Como Narusddin era muy inculto, dijo, en determinado momento del viaje, una palabra incorrecta que provocó la risa del profesor. “¿Nunca aprendiste gramática?” – le preguntó el profesor. “No”, respondió Narusddin. “Entonces, perdiste la mitad de tu vida” le dijo el profesor. Algunos minutos más tarde, le preguntó el barquero al profesor: “¿El señor nunca aprendió a nadar?” Y ante la respuesta negativa del profesor, Narusddin replicó: “Entonces perdiste toda tu vida, porque vamos a hundirnos”
La sutil percepción del Sufí le permite alcanzar niveles de entendimiento inalcanzables para la común de las personas. Por eso, no se debe ver en estas historias apenas una diversión, aunque, en cierto modo, sea ese también su objetivo.
José Florido
Licenciado en Filología Románica, Profesor de Literatura y Cultura Portuguesa, Autor de varios libros, entre ellos: “Pietro Ubaldi, Reflexiones” (editado por el CLUC); “Conversación inacabada con Alberto Caeiro”; “Agostinho da Silva” y diversas obras didácticas.
NOTAS
1.- Insistimos en la diferencia que debe ser establecida entre “especialidad” y “función”. Así, aquel que se especializa ejerce, generalmente, una actividad que se aísla de todo en lo que debería estar integrado; sin embargo, aquel que ejerce su función la ejecuta como expresión individualizada de ese mismo todo. La función corresponde a la noción que la doctrina hindú denomina como swadharma, que representa la realización para cada ser humano, de una actividad conforme a su esencia.
2.- El proceso de desocultación deberá ser hecho, en la medida de lo posible, de acuerdo con la regla de oro: “Decir lo que es preciso, en el momento preciso, y a quien le sea preciso”.
3.- Encontramos oportuno destacar el hecho de los maestros espirituales, como fenomenalista y paranormal. Así, en el Deuteronomio XVII, 9-12, podemos leer: “Cuando hayas entrado en la Tierra que el Señor tu Dios te ha de dar, guárdate de imitar las abominaciones de aquellas gentes. No se hallará entre vosotros quien (...) consulte adivinos u observe sueños o augurios, ni que use maleficios, ni que sea encantador, o indague de los muertos la Verdad. Porque el Señor abomina todas estas cosas, y por esas maldades exterminará esos pueblos a tu entrada.” En esta cita, los “adivinos” son los que leen el futuro; “los que usan maleficios y son encantadores”, son los hipnotizadores, “quien indague de los muertos la Verdad”, se refiere a quien invoca a los espíritus.
4.- Existen muchas etimologías posibles para la palabra “Sufismo”. Con todo, se considera, con preferencia, que Sufismo deriva de sûf, que designa una vestimenta de color blanco, usada por los primeros místicos en señal de humildad.
5.- “Definir” significa, de acuerdo con su etimología, “atribuir un fin”, es decir, “determinar la extensión y los límites de un objeto o de un ser”. Ahora bien, debido a la universalidad del Sufismo, no es posible determinar sus límites, siendo, por esa razón, indefinible.
6.- La historia Sufí que transcribimos a continuación muestra la importancia atribuida a la identificación: “Un hombre llama a la puerta de la casa de su amada. Se oye una voz: “¿Quién es?” El hombre responde: “Soy yo”. Y la misma voz dice: “No puedes entrar porque no hay sitio para dos personas” Y la puerta permaneció cerrada. Algunos meses después, el volvió a llamar a la puerta de su amada. Y esta volvió a preguntar: “¿Quién es?” “Eres tú”. Entonces, la puerta se abrió.”
7.- Se trata del primer siglo de la Hégira (emigración), que es la era de los Mahometanos. La Hégira comienza el 16 de julio de 622 de nuestra era, fecha en que Mahoma huyó a la Meca para exiliarse en Yatrib. En cuanto a la Era Cristiana, que se basa en el calendario gregoriano, cuenta el tiempo en años solares, la Era islámica los mide en años lunares, que son once días más cortos. Así, todos los musulmanes calculan los años a partir de la fecha del 16 de julio de 622 (1º día del año lunar).
8.- Islamismo deriva de Islam, que es un sustantivo con la misma raíz que el verbo aslama, que significa “someterse”. El participio activo de este verbo, muslin, designa a “aquel que se somete”. De ahí derivó el término musulmán, que significa “aquel que se somete a Dios”.
9.- A partir del siglo XII, los Sufis se congregaban en Cofradías (tariqâ), aprovechándose de la influencia de los grandes místicos. Por orden cronológico, indicamos las más importantes: a Quâdirîya – fundada por Abd-al-Qâir (1078-1166); a Sohrawardîya – creada por Shihâd al-dîn Sohrawardî (1144-1234): a Rifâiya – fundada por Ahmad ar-Rifâi (1106-1182); a Kubrâwîya – fundada por Najm al-dîn Kubrâ (1145-1221); a Shâdhilîya – fundada por Abul Hassan ash-Shâdhilî (1196-1258); a Mawlawîya – fundada por Djalâl al-dîn Rumî, llamado Mawlânâ (1207-1273). La práctica más original de esta orden es la famosa danza cósmica que hace atribuir a sus miembros la designación de derviches bailarines; a Naqshabandîya – fundada por Bahauddin Naqshabandi (1340-1413).