da http://www.webislam.com/?idt=14071
El Mediterráneo fragmentado
Es algo corriente tratar la cultura mediterránea como una realidad homogénea que incluye toda la cuenca mediterránea. Sin embargo, para una aproximación seria, hay que delimitar el Mediterráneo y reconocer que tiene dos orillas, dos realidades económicas. Incluso más, tiene dos realidades sociales que emanan de una historia entre su Sur y su Norte, una historia que señala más una dialéctica que un desarrollo idílico e idéntico.
En efecto, el patriarcado que sirve de base a la estructura social de una y otra parte de la cuenca mediterránea da la impresión —ilusoria—de que existe una unidad histórica compartida particularmente por las mujeres. Pero la ilusión se disipa rápidamente si uno se detiene a contemplar no sólo la historia y los datos económicos, sino también, y sobre todo, la escisión política que desde el 11 de septiembre —día cero en las relaciones internacionales modernas— es cada vez más pronunciada. Hasta ese día decisivo, bastaba con distinguir entre un arco latino, el Mediterráneo europeo, y los países del sudeste del Mediterráneo, compuesto por parte del mundo árabe y algunos países del Este (Turquía, antigua Yugoslavia, Albania, Malta, Chipre e Israel). En la actualidad parece claro que dicha clasificación se basa en una heurística que es necesario sobrepasar, cueste lo que cueste, porque en ese Mediterráneo fragmentado el mundo arabomusulmán está cada vez más especificado.
La realidad de la mujer mediterránea es más o menos diferente dependiendo de que ésta pertenezca, o no, al mundo musulmán. No se trata de caer en una comparación trivial y simplista, denunciada por cualificados intelectuales, como Irène Théry, quien declaraba con ocasión de los octavos «Encuentros de Averroes» que no había que hacer evolucionismo histórico. Es inútil aprehender la historia de las mujeres musulmanas obedeciendo a los clichés que quieren que el estatuto de la mujer occidental sea un resultado natural, y por tanto ideal, al que las mujeres mediterráneas llegarán inexorablemente.
Si bien es verdad que la reciente victoria de las kuwaitíes en el tema de su derecho de voto nos induce a creer que las luchas de las mujeres son más o menos similares en una y otra parte del Mediterráneo, un sondeo como el llevado a cabo por el Instituto Gallup en 2005 entre 8.000 mujeres de ocho países musulmanes nos muestra que «una mayoría de ellas no cree que la adopción de valores occidentales ayude al progreso económico o político [...]». Las previsiones pueden converger, pero los puntos de apoyo ideológicos son muy divergentes. Sobre todo es interesante saber que «una mayoría aplastante de las mujeres interrogadas consideran que el aspecto más positivo de su sociedad es su compromiso con los valores morales y espirituales».1
Una nueva conciencia femenina musulmana
¿Quiere decir eso que la mujer musulmana ha dimitido y que no tiene reivindicaciones políticas? El sondeo desmiente categóricamente esta idea, ya que en Marruecos y en el Líbano el índice de las que respondieron que la mujer debería ocupar posiciones de responsabilidad alcanza el 93%. Para esas mujeres, el voto, el trabajo de la mujer y su participación en la sociedad siguen siendo las principales reivindicaciones. Lo que sucede es que la mujer musulmana está gestando una nueva conciencia de sí misma, de su historia y del mundo. Para esas mujeres, el voto, el trabajo de la mujer y su participación en la sociedad siguen siendo las principales reivindicaciones
El analfabetismo, que causa estragos en la inmensa mayoría de los países del mundo árabe y que afecta más a las mujeres que a los hombres, no impide, en las sociedades civiles, una verdadera y completamente nueva visibilidad de la mujer musulmana, que se aprehende, se reivindica y se asume como tal. Más que una emoción y que una crispación identitarias, y más que una clásica inclinación al conservadurismo —atribuido de oficio a las mujeres por la sociología política clásica— en el mundo arabomusulmán se está produciendo un verdadero fenómeno social que podemos calificar de revolucionario.
Está claro que hay una dinámica de liberación que se nutre de una vuelta a las fuentes religiosas. El mundo musulmán se halla inmerso en una verdadera conmoción que se inscribe en la continuidad de un cuestionamiento repetitivo de su historia, pero que también, y sobre todo, constituye una ruptura bastante importante con los continuos esfuerzos de readaptación, con independencia de lo innovadores que sean. La continuidad se aferra al hecho de que siempre, en tiempos de crisis, el mundo musulmán ha conocido los sobresaltos y reconsideraciones del pensamiento que se apartaba de la dialéctica más natural. La ruptura se sustenta en la especificidad de la modernidad, que en sí misma constituye «una era de turbulencias» sin precedentes, como la describió Max Weber.
¿Feminismo musulmán o ijtihad femenina?
Los nuevos parámetros sociopolíticos conducen al mundo musulmán a generar y a administrar nuevos datos, en su propio e inevitable, pero sobre todo vital, cuestionamiento. La readaptación a un mundo global y en movimiento necesita nuevas dinámicas que permitan impulsar a las mujeres en su propio centro.
Esta readaptación encuentra su expresión no sólo en el retorno general a los orígenes llevado a cabo por los llamados movimientos islamistas, sino también en el movimiento específico de la mujer en el seno de estos movimientos.
Nos apresuramos al calificar ese salto de feminismo, provocando así una confusión epistemológica que apoya el evolucionismo, una confusión desprestigiada por un cierto pensamiento objetivo. Los conceptos tienen historias, y el feminismo es una lucha llevada a cabo en un contexto laico y agnóstico, a menudo meramente materialista, que se inscribe en una lógica de liberación de la mujer de los últimos yugos religiosos.
La lucha de las mujeres musulmanas en esta renovación es una lucha a partir de sus fuentes religiosas, una lucha ante todo libertadora contra un orden que las ha privado de los privilegios que su religión les ha otorgado y garantizado.
No se trata de competir por el goce y la recuperación del cuerpo, sino más bien de recuperar el cuerpo y el alma en favor de una mayor espiritualidad, inherente a la dignidad y a un estatus social de calidad. Se trata de una autorredefinición en el marco de una estructura social que se percibe más patriarcal, autocrática y tradicional que islámica. Se trata de una intrusión subversiva de la mujer en el coto de caza de un orden machista cerrado y oficialmente inaccesible hasta ahora para ellas. Lo que se ha dado en llamar feminismo islámico es una reivindicación empeñada en recuperar los derechos inalienables que las sociedades musulmanas han confiscado, solapada y sistemáticamente, más a las mujeres que a los hombres. El derecho de la mujer a participar¡ en la reflexión sobre la sociedad que la concierne y para la que tiene hijos es un derecho sagrado. En los tiempos fundadores del islam, la ijtihad jamás fue una propiedad privada para los acólitos de un poder que excluía radicalmente a las mujeres.
Lo ideal sería convertir el despertar de la conciencia femenina en un trabajo de grupo, que se inscribiría en el marco de una resistencia más global que lo protegería contra cualquier clase de voluntad represiva. El movimiento islamista que era el mejor candidato para llevar a cabo una promoción del estatuto de la mujer era el de Rachid Ghannouchi, pero su sistemática opresión por parte el régimen de Ben Alí impidió la expansión de un pensamiento que restituía a la mujer musulmana el lugar que le correspondía en nuestras sociedades. ¿Acaso se ha perdido por completo la oportunidad de ver cómo ese pensamiento se estructura y transforma en un verdadero movimiento social? En este sentido, el movimiento Justicia y Espiritualidad parece ser un ejemplo bastante original, e incluso único, aunque la represión del poder marroquí se intensifique día tras día y se centre, cada vez más, en una sección femenina que trastoca todos los esquemas tradicionales sobre los que dicho poder asienta su legitimidad.
Ejemplo de reapropiación de las fuentes teológicas: la sección femenina de Justicia y Espiritualidad
Contrariamente a lo que suele decirse, este movimiento promueve la acción sin violencia, pero también la participación sine qua non de las mujeres, si realmente queremos reproducir el modelo de justicia social que el islam original proponía.
Para Justicia y Espiritualidad, hacer revivir la fe islámica consiste en denunciar el desvío de la historia a manos de un poder que impuso el patriarcado y la autocracia en nuestras sociedades, no sólo considerándolos como lo único que podía admitirse en materia de gestión política, sino sacralizándolos hasta el punto de convertirlos en un asunto de dogma.
Esto implica, pues, que en dicho movimiento la participación de las mujeres sólo pueda tener un carácter militante, lo que ya es revolucionario en sí mismo en una sociedad fuertemente conservadora.
En el transcurso del mundo musulmán actual y pasado, esa participación es altamente meritoria y simboliza una verdadera revolución, ya que la participación de las mujeres se alienta y se practica desde el más alto nivel de las instancias dirigentes del movimiento. El Majlis Choura, parlamento interno del movimiento, está constituido por un 30% de mujeres. De seis miembros electos para la secretaría general, tres son mujeres, sin que haya sido necesario implantar un sistema de cuotas. La sección femenina es muy dinámica e influyente en la medida en que goza de una independencia total en su acción y en sus programas.
Dado que la teoría de base predica la salvación de nuestras sociedades en crisis mediante una reinserción voluntaria de la mujer en el esfuerzo de la ijtihad, para el movimiento es un deber sagrado promover dicha participación en su seno: «La mujer musulmana tiene que informarse de sus derechos —escribe el fundador del movimiento. Y una vez consciente y bien informada sobre ellos, deberá reivindicar
su aplicación. Nadie más puede hacerlo en su lugar. Una sólida aplicación de sus derechos materiales y morales la liberará de servidumbres ancestrales y le permitirá consagrarse a sus deberes. El camino de las buenas prácticas que pueden salvar a los musulmanes es arduo y pide el esfuerzo voluntario de todos, de las mujeres y de los hombres, codo con codo, así como la competencia entre unas y
otras asociaciones».2
La vitalidad del elemento femenino en el seno del movimiento es tal que el Estado marroquí ha estimado oportuno ampliar la represión, que desde hace unas décadas afecta al movimiento en general, a la sección femenina. Varias decenas de militantes han sido detenidas durante este último verano de 2006; y algunas han sido secuestradas.
Mi propio proceso se inscribe en esta misma dirección, en la medida en que he transgredido varios tabúes, criticando al régimen y manifestando opiniones políticas que quiebran todas las tradiciones «sacralizadas». La transgresión por parte de una mujer del silencio político que los poderes autocráticos nos han impuesto constituye una subversión particularmente simbólica e importante para nuestra lucha en tanto que mujeres a partir de nuestras fuentes religiosas.
Una de las militantes, salvajemente reprimida por la DST, que emplea prácticas que en Marruecos ya se consideraban periclitadas, transgredió valientemente la ley del silencio «hablando» de su secuestro en una sociedad donde las mujeres no sólo tienen el deber de guardar silencio, sino que quedan deshonradas por sistema si tienen que ver con la policía. No hay duda de que se trata de una reconciliación con la enseñanza original del islam, que quería que la mujer fuera una actriz social y que no estuviera sujeta a un doble bloqueo: el de la autocracia y el del patriarcado.
Los programas educativos de la sección femenina promueven los modelos de unas mujeres con personalidad muy marcada, positiva y responsable. Mujeres que hablan, que reivindican y que negocian su lugar en la sociedad.
La lectura de los textos estudiados se inscribe en falso con relación a la ideología paralizante construida a través de los tiempos por un cuerpo de exegetas que han socavado toda la dinámica de la ley islámica. Así pues, las mujeres tienen que desenterrar dicha dinámica, comprender su espíritu y poner en marcha una pedagogía libertadora que haga saltar todos los cerrojos y los yugos que les han impuesto las lecturas machistas acumuladas a través de la historia musulmana.
Una revolución cultural
Sin embargo, es necesario recordar y subrayar que, aunque existe una especificidad femenina en la reapropiación de los textos, no se trata de una rebelión violenta llevada a cabo por un proletariado femenino contra el opresor masculino, ni tampoco de una «gran marcha» de las mujeres contra los hombres. Ya que, aunque se trate de una revolución cultural y deba ponerse en marcha un proceso de reeducación, se trata de hacerlo mediante una acción de reestructuración de la sociedad desde abajo: hombres y mujeres juntos en una nueva concepción de la complementariedad.
No se trata de construir campos de reeducación, sino de guiar a nuestras dañadas sociedades hacia una nueva aprehensión de su identidad musulmana. Consciente de que para convencer es necesario respetar parcialmente ciertas normas tradicionales, la sección femenina se ha puesto como objetivo el conseguir diplomas oficiales que permitan gestionar no sólo los instrumentos teológicos, sino también conseguir el reconocimiento y la aceptación de la sociedad.
Además de una incorporación masiva de las militantes en lo referente a su formación académica, en nombre de una lectura femenina específica del movimiento, existe el proyecto de formar lo antes posible a cincuenta mujeres como ulemas. Este proyecto es tan seductor para una juventud en busca de puntos de referencia que no sólo no se aparten de la referencia islámica, sino que al mismo tiempo rompan completamente con el esquema del islam tradicional que se ha apropiado el poder marroquí. El número 50 se repite exactamente, concerniendo a las mourchidates o predicadoras.
Conclusión
Si el poder marroquí toma en serio esas iniciativas femeninas es porque en los países del islam está aumentando la transferencia social de la disidencia. El velo es una señal muy significativa de la inversión del movimiento que en la época poscolonial equiparaba la liberación de la mujer con su alienación al modelo occidental. El velo, que sobre todo constituye un testimonio de fe, es también un acto altamente político, ya que expresa una triple ruptura.
Es a la vez una especie de reapropiación de la espiritualidad que manifiesta la mujer al velarse; una reconquista del espacio público, ya que el velo es una proyección de la esfera privada en dicho espacio, y una declaración política de disidencia contra el orden establecido, tanto internacional como nacional. Los clichés que pretenden que en las sociedades musulmanas actuales el velo sea una señal evidente de opresión de la mujer son, o bien la expresión de una evidente mala fe, o bien la confesión de una ignorancia sobre nuestro movimiento; un movimiento que es primordial comprender para no faltar a la cita con una historia en marcha, una historia que, como es lógico, ya no podrá hacerse sin sus mujeres.
Notas
1. Le Monde diplomatique, junio de 2006.
2. Abdessalam Yassine, Islamiser la modernité, Casablanca, Al ofok impressions, 1998.
Nadia Yassine. Fundadora y dirigente de la sección femenina del movimiento islamista marroquí Al Adl Wal Ihsane (Justicicia y Espiritualidad), Marruecos http://fr.wikipedia.org/wiki/Al_Adl_Wal_Ihsane
El Mediterráneo fragmentado
Es algo corriente tratar la cultura mediterránea como una realidad homogénea que incluye toda la cuenca mediterránea. Sin embargo, para una aproximación seria, hay que delimitar el Mediterráneo y reconocer que tiene dos orillas, dos realidades económicas. Incluso más, tiene dos realidades sociales que emanan de una historia entre su Sur y su Norte, una historia que señala más una dialéctica que un desarrollo idílico e idéntico.
En efecto, el patriarcado que sirve de base a la estructura social de una y otra parte de la cuenca mediterránea da la impresión —ilusoria—de que existe una unidad histórica compartida particularmente por las mujeres. Pero la ilusión se disipa rápidamente si uno se detiene a contemplar no sólo la historia y los datos económicos, sino también, y sobre todo, la escisión política que desde el 11 de septiembre —día cero en las relaciones internacionales modernas— es cada vez más pronunciada. Hasta ese día decisivo, bastaba con distinguir entre un arco latino, el Mediterráneo europeo, y los países del sudeste del Mediterráneo, compuesto por parte del mundo árabe y algunos países del Este (Turquía, antigua Yugoslavia, Albania, Malta, Chipre e Israel). En la actualidad parece claro que dicha clasificación se basa en una heurística que es necesario sobrepasar, cueste lo que cueste, porque en ese Mediterráneo fragmentado el mundo arabomusulmán está cada vez más especificado.
La realidad de la mujer mediterránea es más o menos diferente dependiendo de que ésta pertenezca, o no, al mundo musulmán. No se trata de caer en una comparación trivial y simplista, denunciada por cualificados intelectuales, como Irène Théry, quien declaraba con ocasión de los octavos «Encuentros de Averroes» que no había que hacer evolucionismo histórico. Es inútil aprehender la historia de las mujeres musulmanas obedeciendo a los clichés que quieren que el estatuto de la mujer occidental sea un resultado natural, y por tanto ideal, al que las mujeres mediterráneas llegarán inexorablemente.
Si bien es verdad que la reciente victoria de las kuwaitíes en el tema de su derecho de voto nos induce a creer que las luchas de las mujeres son más o menos similares en una y otra parte del Mediterráneo, un sondeo como el llevado a cabo por el Instituto Gallup en 2005 entre 8.000 mujeres de ocho países musulmanes nos muestra que «una mayoría de ellas no cree que la adopción de valores occidentales ayude al progreso económico o político [...]». Las previsiones pueden converger, pero los puntos de apoyo ideológicos son muy divergentes. Sobre todo es interesante saber que «una mayoría aplastante de las mujeres interrogadas consideran que el aspecto más positivo de su sociedad es su compromiso con los valores morales y espirituales».1
Una nueva conciencia femenina musulmana
¿Quiere decir eso que la mujer musulmana ha dimitido y que no tiene reivindicaciones políticas? El sondeo desmiente categóricamente esta idea, ya que en Marruecos y en el Líbano el índice de las que respondieron que la mujer debería ocupar posiciones de responsabilidad alcanza el 93%. Para esas mujeres, el voto, el trabajo de la mujer y su participación en la sociedad siguen siendo las principales reivindicaciones. Lo que sucede es que la mujer musulmana está gestando una nueva conciencia de sí misma, de su historia y del mundo. Para esas mujeres, el voto, el trabajo de la mujer y su participación en la sociedad siguen siendo las principales reivindicaciones
El analfabetismo, que causa estragos en la inmensa mayoría de los países del mundo árabe y que afecta más a las mujeres que a los hombres, no impide, en las sociedades civiles, una verdadera y completamente nueva visibilidad de la mujer musulmana, que se aprehende, se reivindica y se asume como tal. Más que una emoción y que una crispación identitarias, y más que una clásica inclinación al conservadurismo —atribuido de oficio a las mujeres por la sociología política clásica— en el mundo arabomusulmán se está produciendo un verdadero fenómeno social que podemos calificar de revolucionario.
Está claro que hay una dinámica de liberación que se nutre de una vuelta a las fuentes religiosas. El mundo musulmán se halla inmerso en una verdadera conmoción que se inscribe en la continuidad de un cuestionamiento repetitivo de su historia, pero que también, y sobre todo, constituye una ruptura bastante importante con los continuos esfuerzos de readaptación, con independencia de lo innovadores que sean. La continuidad se aferra al hecho de que siempre, en tiempos de crisis, el mundo musulmán ha conocido los sobresaltos y reconsideraciones del pensamiento que se apartaba de la dialéctica más natural. La ruptura se sustenta en la especificidad de la modernidad, que en sí misma constituye «una era de turbulencias» sin precedentes, como la describió Max Weber.
¿Feminismo musulmán o ijtihad femenina?
Los nuevos parámetros sociopolíticos conducen al mundo musulmán a generar y a administrar nuevos datos, en su propio e inevitable, pero sobre todo vital, cuestionamiento. La readaptación a un mundo global y en movimiento necesita nuevas dinámicas que permitan impulsar a las mujeres en su propio centro.
Esta readaptación encuentra su expresión no sólo en el retorno general a los orígenes llevado a cabo por los llamados movimientos islamistas, sino también en el movimiento específico de la mujer en el seno de estos movimientos.
Nos apresuramos al calificar ese salto de feminismo, provocando así una confusión epistemológica que apoya el evolucionismo, una confusión desprestigiada por un cierto pensamiento objetivo. Los conceptos tienen historias, y el feminismo es una lucha llevada a cabo en un contexto laico y agnóstico, a menudo meramente materialista, que se inscribe en una lógica de liberación de la mujer de los últimos yugos religiosos.
La lucha de las mujeres musulmanas en esta renovación es una lucha a partir de sus fuentes religiosas, una lucha ante todo libertadora contra un orden que las ha privado de los privilegios que su religión les ha otorgado y garantizado.
No se trata de competir por el goce y la recuperación del cuerpo, sino más bien de recuperar el cuerpo y el alma en favor de una mayor espiritualidad, inherente a la dignidad y a un estatus social de calidad. Se trata de una autorredefinición en el marco de una estructura social que se percibe más patriarcal, autocrática y tradicional que islámica. Se trata de una intrusión subversiva de la mujer en el coto de caza de un orden machista cerrado y oficialmente inaccesible hasta ahora para ellas. Lo que se ha dado en llamar feminismo islámico es una reivindicación empeñada en recuperar los derechos inalienables que las sociedades musulmanas han confiscado, solapada y sistemáticamente, más a las mujeres que a los hombres. El derecho de la mujer a participar¡ en la reflexión sobre la sociedad que la concierne y para la que tiene hijos es un derecho sagrado. En los tiempos fundadores del islam, la ijtihad jamás fue una propiedad privada para los acólitos de un poder que excluía radicalmente a las mujeres.
Lo ideal sería convertir el despertar de la conciencia femenina en un trabajo de grupo, que se inscribiría en el marco de una resistencia más global que lo protegería contra cualquier clase de voluntad represiva. El movimiento islamista que era el mejor candidato para llevar a cabo una promoción del estatuto de la mujer era el de Rachid Ghannouchi, pero su sistemática opresión por parte el régimen de Ben Alí impidió la expansión de un pensamiento que restituía a la mujer musulmana el lugar que le correspondía en nuestras sociedades. ¿Acaso se ha perdido por completo la oportunidad de ver cómo ese pensamiento se estructura y transforma en un verdadero movimiento social? En este sentido, el movimiento Justicia y Espiritualidad parece ser un ejemplo bastante original, e incluso único, aunque la represión del poder marroquí se intensifique día tras día y se centre, cada vez más, en una sección femenina que trastoca todos los esquemas tradicionales sobre los que dicho poder asienta su legitimidad.
Ejemplo de reapropiación de las fuentes teológicas: la sección femenina de Justicia y Espiritualidad
Contrariamente a lo que suele decirse, este movimiento promueve la acción sin violencia, pero también la participación sine qua non de las mujeres, si realmente queremos reproducir el modelo de justicia social que el islam original proponía.
Para Justicia y Espiritualidad, hacer revivir la fe islámica consiste en denunciar el desvío de la historia a manos de un poder que impuso el patriarcado y la autocracia en nuestras sociedades, no sólo considerándolos como lo único que podía admitirse en materia de gestión política, sino sacralizándolos hasta el punto de convertirlos en un asunto de dogma.
Esto implica, pues, que en dicho movimiento la participación de las mujeres sólo pueda tener un carácter militante, lo que ya es revolucionario en sí mismo en una sociedad fuertemente conservadora.
En el transcurso del mundo musulmán actual y pasado, esa participación es altamente meritoria y simboliza una verdadera revolución, ya que la participación de las mujeres se alienta y se practica desde el más alto nivel de las instancias dirigentes del movimiento. El Majlis Choura, parlamento interno del movimiento, está constituido por un 30% de mujeres. De seis miembros electos para la secretaría general, tres son mujeres, sin que haya sido necesario implantar un sistema de cuotas. La sección femenina es muy dinámica e influyente en la medida en que goza de una independencia total en su acción y en sus programas.
Dado que la teoría de base predica la salvación de nuestras sociedades en crisis mediante una reinserción voluntaria de la mujer en el esfuerzo de la ijtihad, para el movimiento es un deber sagrado promover dicha participación en su seno: «La mujer musulmana tiene que informarse de sus derechos —escribe el fundador del movimiento. Y una vez consciente y bien informada sobre ellos, deberá reivindicar
su aplicación. Nadie más puede hacerlo en su lugar. Una sólida aplicación de sus derechos materiales y morales la liberará de servidumbres ancestrales y le permitirá consagrarse a sus deberes. El camino de las buenas prácticas que pueden salvar a los musulmanes es arduo y pide el esfuerzo voluntario de todos, de las mujeres y de los hombres, codo con codo, así como la competencia entre unas y
otras asociaciones».2
La vitalidad del elemento femenino en el seno del movimiento es tal que el Estado marroquí ha estimado oportuno ampliar la represión, que desde hace unas décadas afecta al movimiento en general, a la sección femenina. Varias decenas de militantes han sido detenidas durante este último verano de 2006; y algunas han sido secuestradas.
Mi propio proceso se inscribe en esta misma dirección, en la medida en que he transgredido varios tabúes, criticando al régimen y manifestando opiniones políticas que quiebran todas las tradiciones «sacralizadas». La transgresión por parte de una mujer del silencio político que los poderes autocráticos nos han impuesto constituye una subversión particularmente simbólica e importante para nuestra lucha en tanto que mujeres a partir de nuestras fuentes religiosas.
Una de las militantes, salvajemente reprimida por la DST, que emplea prácticas que en Marruecos ya se consideraban periclitadas, transgredió valientemente la ley del silencio «hablando» de su secuestro en una sociedad donde las mujeres no sólo tienen el deber de guardar silencio, sino que quedan deshonradas por sistema si tienen que ver con la policía. No hay duda de que se trata de una reconciliación con la enseñanza original del islam, que quería que la mujer fuera una actriz social y que no estuviera sujeta a un doble bloqueo: el de la autocracia y el del patriarcado.
Los programas educativos de la sección femenina promueven los modelos de unas mujeres con personalidad muy marcada, positiva y responsable. Mujeres que hablan, que reivindican y que negocian su lugar en la sociedad.
La lectura de los textos estudiados se inscribe en falso con relación a la ideología paralizante construida a través de los tiempos por un cuerpo de exegetas que han socavado toda la dinámica de la ley islámica. Así pues, las mujeres tienen que desenterrar dicha dinámica, comprender su espíritu y poner en marcha una pedagogía libertadora que haga saltar todos los cerrojos y los yugos que les han impuesto las lecturas machistas acumuladas a través de la historia musulmana.
Una revolución cultural
Sin embargo, es necesario recordar y subrayar que, aunque existe una especificidad femenina en la reapropiación de los textos, no se trata de una rebelión violenta llevada a cabo por un proletariado femenino contra el opresor masculino, ni tampoco de una «gran marcha» de las mujeres contra los hombres. Ya que, aunque se trate de una revolución cultural y deba ponerse en marcha un proceso de reeducación, se trata de hacerlo mediante una acción de reestructuración de la sociedad desde abajo: hombres y mujeres juntos en una nueva concepción de la complementariedad.
No se trata de construir campos de reeducación, sino de guiar a nuestras dañadas sociedades hacia una nueva aprehensión de su identidad musulmana. Consciente de que para convencer es necesario respetar parcialmente ciertas normas tradicionales, la sección femenina se ha puesto como objetivo el conseguir diplomas oficiales que permitan gestionar no sólo los instrumentos teológicos, sino también conseguir el reconocimiento y la aceptación de la sociedad.
Además de una incorporación masiva de las militantes en lo referente a su formación académica, en nombre de una lectura femenina específica del movimiento, existe el proyecto de formar lo antes posible a cincuenta mujeres como ulemas. Este proyecto es tan seductor para una juventud en busca de puntos de referencia que no sólo no se aparten de la referencia islámica, sino que al mismo tiempo rompan completamente con el esquema del islam tradicional que se ha apropiado el poder marroquí. El número 50 se repite exactamente, concerniendo a las mourchidates o predicadoras.
Conclusión
Si el poder marroquí toma en serio esas iniciativas femeninas es porque en los países del islam está aumentando la transferencia social de la disidencia. El velo es una señal muy significativa de la inversión del movimiento que en la época poscolonial equiparaba la liberación de la mujer con su alienación al modelo occidental. El velo, que sobre todo constituye un testimonio de fe, es también un acto altamente político, ya que expresa una triple ruptura.
Es a la vez una especie de reapropiación de la espiritualidad que manifiesta la mujer al velarse; una reconquista del espacio público, ya que el velo es una proyección de la esfera privada en dicho espacio, y una declaración política de disidencia contra el orden establecido, tanto internacional como nacional. Los clichés que pretenden que en las sociedades musulmanas actuales el velo sea una señal evidente de opresión de la mujer son, o bien la expresión de una evidente mala fe, o bien la confesión de una ignorancia sobre nuestro movimiento; un movimiento que es primordial comprender para no faltar a la cita con una historia en marcha, una historia que, como es lógico, ya no podrá hacerse sin sus mujeres.
Notas
1. Le Monde diplomatique, junio de 2006.
2. Abdessalam Yassine, Islamiser la modernité, Casablanca, Al ofok impressions, 1998.
Nadia Yassine. Fundadora y dirigente de la sección femenina del movimiento islamista marroquí Al Adl Wal Ihsane (Justicicia y Espiritualidad), Marruecos http://fr.wikipedia.org/wiki/Al_Adl_Wal_Ihsane