lunedì 19 ottobre 2009

Quevedo y los cristianos nuevos: un estudio sobre El Buscón, di Lillian von der Walde Moheno



Fonte: http://www.islamyal-andalus.org/control/noticia.php?id=1994

En el siglo XVI español, afirma Kamen, “el racismo fue elevado a sistema de gobierno” (1). Y en efecto, mediante los Estatutos de Limpieza de Sangre (2) se practicó “una especie de carrera de obstáculos” (3). No obstante esto, hacia finales del siglo XVI y principios del XVII miembros de la “casta impura” (de ascendencia judía) han escalado socialmente (4), y algunos de ellos, sobre todo los que forman parte de la burguesía mercantil, se han incorporado a los estratos superiores, después de haber legitimado, de alguna u otra manera (5), su rango y función.

La nobleza cristiana vieja vio la posibilidad de que se erosionara su sistema jerárquico, fundado en el estamento. De ahí que haya pregonado el inmovilismo como base de la estabilidad social (6) e hiciera uso del tradicional antisemitismo español como medio de defensa ante la nueva amenaza. Después de todo —según se esfuerza en dictar la ideología hegemónica—, “linaje y nacimiento son la base del estamento” (7), y esto ciertamente no lo poseían los descendientes de conversos, por más que varios de ellos pretendieran —en el pensamiento de los sanguíneamente “limpios”— hacerse pasar por hidalgos cristianos.

La Historia de la vida del Buscón, escrita alrededor de 1604 (8), surge —como se ha visto— en un momento en el que el sistema de distribución de individuos tradicionalmente establecido tiende a verse afectado por un fenómeno ya evidente: la aspiración de medro social de elementos de origen converso. Y es precisamente este fenómeno el que Quevedo va a tratar en su novela, hecho que se observa, por ejemplo, cuando hace que su protagonista insista en pretensiones sociales:

[...] mas yo, que siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito [...] (9)
[...] como siempre tuve altos pensamientos [...] (p. 14)
[...] ‘Señor, yo ya soy otro, y otros mis pensamientos; más alto pico y más autoridad me importa tener [...]’ (p. 57)
[...] crecíame [...] el deseo de verme entre gente principal y caballeros [...] (p. 89)


Sin embargo, el personaje converso no utilizará sino los medios más ruines para lograr sus objetivos. Y es que para Quevedo, como para la mayoría de los españoles “limpios”, la mala sangre se hereda. Efectivamente, el común de los hombres deascendencia cristiana de los siglos XVI y XVII consideraba axiomático no sólo que “por generaciones, los marranos habían sido cristianos sólo de nombre” (10), sino que además juzgaba que “en la masa de su sangre llevaban heredados una serie de vicios concretos” (11). Quizá, para ilustrar lo dicho, sea conveniente recordar el Tractatus bipartitus de puritae et nobilitate probanda, escrito ya en la época de Felipe IV por Juan Escobar de Corro. Para este autor, el bautismo no puede lavar los pecados de los antecesores judíos, y la “infección” de la sangre siempre es heredada (12).

Quevedo, al hacer de Pablos un tipo despreciable, viene a afirmar la noción de la marca de sangre, pero también se pone al servicio de la clase dominante que procura reservar para sí los privilegios de honra y poder. Asimismo, el escritor intenta cercenar la lucha de cristianos nuevos que, como Mateo Alemán, defendían el criterio de la virtud del hombre y no de la sangre (13).

En Quevedo, ciertamente, ni un solo converso puede tener virtud. Basta ver cómo representa a los cristianos nuevos. Y empecemos por la madre de Pablos, “Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal” (p. 9). La conglomeración de apellidos no deja lugar a dudas sobre su origen (14), pero como si esto no fuera suficiente, el autor se torna redundante al asentar lo siguiente: “sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja” (p. 9). Esta mujer es, en pocas palabras, confesa, bruja, prostituta y alcahueta. Sobre Clemente Pablo, el padre, se nos dice que es un barbero ladrón que ha tenido que vérselas con el Santo Oficio (15). Y del dómine Cabra (16) obtenemos la caracterización de un clérigo cuya avaricia lo lleva a ser hambreador, asesino y suicida.

Existen, en el libro, otros conversos; todos igual de bajos. Así aparece un ventero morisco, cómplice de rufianes; un huésped —moro también— quien como todo “impuro” no tiene “buena ley” (p. 37); un embaucador parásito —don Toribio— que se hace pasar por hidalgo (17); un “Tal Blandones de San Pablo” (p. 126), carcelero corrupto, y una familia —Coronel— que pretende engañar a Pablos al creerlo caballero (18).

Quevedo, pues, condena a la abyección a todo cristiano nuevo; pero además, impugna la pretensión del converso de trascender su condición social. Cada vez que el pícaro trata “negar la sangre” (p. 93) para hacerse de posición y honra, no encontrará sino el fracaso. Sus intentos de cambiar de estado social terminan siempre en sarcasmos, ante la evidencia de su impureza racial, esto es, de su bajeza.

Por ejemplo, Pablos decide estudiar en una universidad —hecho que desde luego representa la expoliación de uno de los privilegios de los cristianos viejos—(19) y es reconocido como “nuevo”. Su insolencia se castiga mediante insultos, escupitajos y bromas en verdad asquerosas. Como dice Rose, “to emphasize the uncleanliness of the bloodlines and the sordidness of the situation [la usurpación de casta por parte de un marrano], from time to time Quevedo literally plunges Pablos into filth, a reminder that the scatological constitutes an inherent component of his world” (20).

Otros pasajes de la novela también son reveladores: Pablos deja de servir, y acaba en la cárcel; se apropia de títulos de caballero (“señor de Valcerrado y Velorete”, p. 132), y termina siendo apaleado; se sube a un caballo, y finaliza tirado en el suelo. Sí, se ve en el suelo porque “perteneciendo al caballero el uso exclusivo del caballo” (21), él intenta apropiarse de una honra que no le corresponde.

La primera cabalgata funesta sucede durante las Carnestolendas (22). El Pablos niño ha ascendido a “rey de gallos” —con caballo y espada— en un festejo cristiano. Para situarlo en su justo lugar, como impuro que es, el niño después de haber sido golpeado e injuriado, cae en medio de la inmundicia (23). En el otro episodio a caballo, Pablos —que se hacía pasar por hidalgo— se ve arrojado a la tierra frente a los ojos de su dama. Su caída, pues, puede ser entendida como un escarmiento por la estafa de honra que llevaba a cabo.

Como se ve, Quevedo trata muy mal a su personaje cada vez que éste usurpa hidalguía, o en otros términos, cada vez que se apropia de honra y virtud. Tales dignidades provenían de los antiguos caballeros que habían logrado reconquistar España (24); por tanto, eran patrimonio de la antigua nobleza y no había que permitir que nociones de orgullo y honor se infiltraran —como de hecho estaba sucediendo— en castas que el orden social vigente, de una u otra forma, intentaba marginar. Nuestro escritor, así, reafirma el pensamiento que, hacia 1600, públicamente expresaban hombres como Salucio, Cabrera y Sigüenza: los judíos y los moros, “siendo todos gente baxa” (25), no debían aspirar a consideraciones propias de otra casta.

Pero en El Buscón la sátira mordaz y corrosiva contra toda aspiración de medro rebasa la defensa del privilegio de honra para los cristianos. Quevedo, testaferro de la ideología e intereses de la nobleza cristiana vieja, denuncia y censura la dinámica social que se presenta durante el reinado de Felipe III (26). Esta dinámica supone la incorporación de descendientes de conversos en los cenáculos de la Corte, hecho que no sólo merma el sistema jerárquico, sino que amenaza las prebendas de las que goza el grupo que ostenta la hegemonía.

Así, pues, las vicisitudes del pícaro segoviano no son más que un mensaje previamente codificado y fácilmente descodificable, dirigido al grupo en el poder: se requiere una impermeabilidad entre estados sociales; hay que cerrar canales ascendentes. Mensaje de una conciencia aristocrática y conservadora, que busca que la sociedad estamental se petrifique.



1. H. Kamen, La Inquisición española, p. 140. (El pie de imprenta de ésta y de las demás citas aparece en la sección “Bibliografía Citada”). Cabe señalar que la discriminación racial, a través de la limpieza, empezó en el siglo XV (vid. ibid., p. 133, así como C. Brault-Noble y M. J. Marc, “La unificación religiosa y social: la represión de las minorías”, en B. Bennassar, Inquisición española: poder político y control social, p. 133). El mayor impulso para la propagación de los Estatutos lo fue la instauración, en 1480, del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición (vid. H. Kamen, op. cit., p. 134).

2. Había Estatutos de órdenes de caballería, de colegios mayores, de tribunales, de órdenes religiosas, de catedrales y capillas, de cofradías y hermandades, de mayorazgos, de tierras y villas, y para cargos públicos y municipales (vid. J. Caro Baroja, Los judíos en la España moderna y contemporánea, t. II, pp. 269-270).

3. M. Bataillon, Pícaros y picaresca, p. 242.

4. De acuerdo con Maravall, la sociedad española conoció, en el periodo señalado, altos índices de movilidad social, no sólo de descendientes de conversos (vid. J. A. Maravall, “La aspiración social de ‘medro’ en la novela picaresca”). Para Domínguez Ortiz este fenómeno se dio durante todo el siglo XVII (vid. A. Domínguez Ortiz, “La sociedad española en el siglo XVII”).

5. Por ejemplo, mediante la compra de privilegios de hidalguía.

6. Se remite a los testimonios que a este respecto presenta Maravall, en art. cit., pp. 592-593.

7. M. Molho, Semántica y poética (Góngora, Quevedo), p.114.

8. Adopto la fecha que determina Lázaro Carreter (vid. Originalidad y Barroco, pp. 117-122, o bien su “Estudio preliminar” en F. Quevedo. La vida del buscón llamado Don Pablos, p. liv).

9. F. Quevedo, Historia de la vida del Buscón. 2a. reimp., México, UNAM, 1983, p. 11. Todas las citas del texto corresponderán a esta edición. Unicamente anotaré la página entre paréntesis.

10. E. Glaser, “Referencias antisemitas en la literatura peninsular de la Edad de Oro”, p. 54.

11. J. Caro Baroja, op. cit., t. II, p. 305.

12. Vid. H. Kamen, op. cit., p. 140 y J. Caro Baroja, op. cit., t. II, p. 304. Otro documento —aunque exacerbado— que revela el pensamiento de los cristianos viejos en relación con la herencia sanguínea es la Historia de la vida y hechos de Carlos V, de fray Prudencio de Sandoval. Copio una pequeña parte del texto: “¿Mas quién podrá negar que en los descendientes de judíos permanece y dura la mala inclinación de su antigua ingratitud y mal conocimiento, como en los negros el accidente inseparable de su negrura? [...] El judío no le basta por ser tres partes hidalgo, o cristiano viejo, que sola una raza lo inficiona y daña, para ser en sus hechos, de todas maneras, judíos dañosos por extremo en las comunidades”. (Cit. en J. Caro Baroja, op. cit., t. II, p. 306. Énfasis míos).

13. La corriente que postulaba el derecho del hombre a dar principio a su linaje por medio de la virtud (vid. lo expresado por García Palacio o por Mexía, apud. Maravall, art. cit., pp. 595-596), era aún minoritaria. Sin embargo refleja que los fundamentos de la vida tal como se acostumbraba llevar desde fines del siglo XV, estaban siendo cuestionados y, por ende, el sistema empezaba a entrar en una crisis de conciencia que irá agravándose durante el XVII.

14. Los judíos, de acuerdo con el día en que la conversión ocurría, ponían su linaje bajo el patronazgo de una advocación cristiana: San Pedro, Santa María, Santa Fe, Espíritu Santo, etc. (vid. nota al pie de Américo Castro en su edición de la Historia de la vida del Buscón, p. 16; Bataillon, op. cit., p. 233; C. H. Rose, “Pablos’ damnosa heritas”, p. 96, y J. Caro Baroja, op. cit., t. I, p. 294).

15. Para Iventosch, el nombre Clemente Pablo sugiere ascendencia conversa (vid. “Onomastic invention in the Buscón”, p. 30). Pero lo que inclina a verlo como cristiano nuevo es el oficio (vid. C. H. Rose, art. cit., pp. 95-96). J. Caro Baroja, después de hacer un recuento de las profesiones que dicen ejercer los procesados por la Inquisición de Toledo, señala que “no abundan tanto como se podría suponer, los referentes a cirujanos y barberos [...], que son oficios considerados [...] muy propios de judíos” (op. cit., t. I, p. 354).

16. El origen converso de Cabra se pone de manifiesto con:
- El cabello bermejo, como el de Judas.
- La avaricia. Avaro y judío son casi sinónimos. Caro Baroja (op. cit., t. I, p. 85) refiere que hay un gran número de refranes que aluden a la avaricia del judío.
- El hecho de que haya añadido tocino a la olla, “por no sé qué que le dijeron un día de hidalguía” (p. 24).
- El apellido. “Como es sabido —dice Márquez Villanueva—, son muy abundantes entre los judíos toda suerte de apellidos consistentes en nombres de animales”. Y en nota al pie indica: “Entre nuestras notas sobre el particular tenemos documentados los siguientes apellidos, usados por judíos o indudables conversos: Azor, Bicha, Cabra, Cabrit, [...]” (F. Márquez Villanueva, Investigaciones sobre Juan Álvarez Gato, p. 47).

17. Para Molho, don Toribio y sus compañeros son cristianos viejos (vid. op. cit., p. 111); sin embargo, el texto permite sospechar todo lo contrario. Don Toribio dice a Pablos que en la corte “hay unos géneros de gentes (como yo), que no se les conoce raíz ni mueble ni otra cepa de la que decienden los tales. Entre nosotros nos diferenciamos con diferentes nombres: unos nos llamamos caballeros hebenes; otros hueros, chanflones, chirles, traspillados y caninos” (p. 97). Este párrafo ha llevado a Mc Grady a afirmar el origen “impuro” del personaje (vid. “Tesis, réplica y contrarréplica en el Lazarillo, el Guzmán y el Buscón”, p. 242). La siguiente cita, también, hace dudar de la ascendencia “limpia” de don Toribio: “¿Qué diré del mentir? Jamás se halla verdad en nuestra boca: encajamos duques y condes, unos por amigos y otros por deudos” (p. 100). Por último, hay que pensar en el apellido Jordán. Claramente éste “evoca el recuerdo de Palestina, junto con todas las demás asociaciones desagradables que encerraba la mención de este país” (Mc Grady, art. cit., p. 242).

18. El apellido Coronel era muy conocido en Segovia —de donde son Diego Coronel y Pablos. Abraham, poderoso judío de esa localidad, pidió este apellido —de linaje antiguo, casi desaparecido— a la Reina Católica (vid. J. Caro Baroja, op. cit., t. I, p. 294 y el interesante ensayo de Molho, op. cit., sobre todo en las páginas 104-108).

19. Se recuerda que había Estatutos de Limpieza en casi todas las universidades (vid. H. Kamen, op. cit., pp. 133-139). Aunque como no hay obstáculo que no pueda vencerse, había muchos descendientes de judíos que estudiaban en las universidades, después de haber logrado limpiar su genealogía mediante sobornos u otro tipo de fraudes. Cabe indicar que el decreto de 1522, relativo a la prohibición de otorgar grados a conversos en algunas universidades, excluía a la de Alcalá (a la cual asiste Pablos). Las fuentes consultadas no especifican la existencia de algún Estatuto en esa institución educativa, a fines del siglo XVI y comienzos del XVII.

20. Art. cit., p. 96.

21. V. G. Agüera, “Nueva interpretación del episodio ‘rey de gallos’ del Buscón”, p. 39.

22. Carnestolendas inicia el ciclo litúrgico de cuaresma, pasión y resurrección de Jesús.

23. Es muy significativo que Pablos asocie su desgracia con la madre (p. 17). Se da cuenta que no puede gozar de orgullo y honor siendo descendiente de conversos. Es quizá ésta una de las razones que lo lleva a negar su sangre (frecuentemente usará nombres cristianos) y a trasladarse donde nadie lo conozca. Sin embargo, sus mismos actos lo revelarán —en la mentalidad de Quevedo— como judío.

24. Vid. Brault-Noble y Marc, en Bennassar, op. cit., p. 133.

25. Palabras de Salucio, cit. por Américo Castro en De la edad conflictiva, p. 155.

26. La movilidad vertical de cristianos nuevos en parte se debe a que el sistema socioeconómico se hallaba debilitado (se recuerda la bancarrota sufrida durante el reinado de Felipe II). Este relajamiento del sistema, como asienta Caro Baroja, abrió un “campo insospechado a los judíos” (op. cit., t. II, p. 54). No hay que olvidar tampoco, la muy considerable afluencia de poderosos judíos conversos portugueses durante el periodo que se trata.

Bibliografía citada

Agüera, Victorio G,. “Nueva interpretación del episodio ‘rey de gallos’ del Buscón”, Hispanófila, XLIX (1973), 33-40.

Bataillon, Marcel, Pícaros y picaresca. Trad. de Francisco R. Vadillo. Madrid, Taurus, 1969. 252 pp.

Brault-Noble, C. y M. J. Marc, “La unificación religiosa y social: la represión de las minorías, en Bartolomé Bennassar, Inquisición española: poder político y control social (1979). Barcelona, Crítica-Grijalbo, 1981.

Caro Baroja, Julio, Los judíos en la España moderna y contemporánea. Madrid, Arión, 1961, t. I: 540 pp., t. II: 462 pp. (tres tomos).

Castro, Américo, De la edad conflictiva (1961). 2a. ed., Madrid, Taurus, 1963. 279 pp.

Domínguez Ortiz, Antonio, “La sociedad española en el siglo XVII”, en Francisco Rico, dir., Historia y crítica de la literatura española. T. III: Bruce W. Wardropper, Siglos de Oro: Barroco. Barcelona, Crítica-Grijalbo, 1983.

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Iventosch, Herman, “Onomastic invention in th Buscón”, Hispanic Review, XXIX (1961), 15-32.

Kamen, Henry, La Inquisición española (1965). 2a. ed. Trad. de Enrique de Obregón. Barcelona, Crítica-Grijalbo, 1980. 325 pp. (Temas Hispánicos, 63).

Lázaro Carreter, Fernando, Estilo barroco y personalidad creadora. Góngora, Quevedo, Lope de Vega. Salamanca, Anaya, 1966. 200 pp.

———-, “Estudio preliminar”, en Francisco de Quevedo, La vida del buscón llamado Don Pablos. Salamanca, CSIC, 1965.

Antonio Maravall, José, “La aspiración social de ‘medro’ en la novela picaresca”, Cuadernos Hispanoamericanos, CIV (1976), 590-625.

Márquez Villanueva, Francisco, Investigaciones sobre Juan Álvarez Gato. Madrid, Real Academia Española, 1960. 501 pp. (Anejos del Boletín de la Real Academia Española, IV).

Mc Grady, Donald, “Tesis, réplica y contrarréplica en el Lazarillo, el Guzmán y el Buscón”, Filología. XIII (1968- 1969), 237-249.