Fonte: http://www.webislam.com/?idt=14181
Fernando el Católico se comprometió en las Cortes de 1510 a respetar las creencias islámicas de los mudéjares aragoneses y valencianos. Pero este pacto se rompió una década más tarde. Primero fueron las tropas agermanadas las que obligaron a bautizarse a los musulmanes durante la rebelión armada que se produjo entre 1519 y 1521. Esta conversión forzada fue legalizada por Carlos I en 1524. A los mudéjares entonces solo les quedaban dos alternativas: convertirse al cristianismo o el destierro. Optaron en masa por la conversión, pero solo de manera formal. Desde entonces pasaron a denominarse moriscos o cristianos nuevos.
Evangelización
El historiador Halpherin Dongui divide los casi noventa años de historia de los moriscos valencianos en varias etapas. La primera abarca de 1520 a 1570 y está dominada por la conversión y la evangelización.
Durante los cinco primeros años de esta primera etapa la conversión se llevó a cabo sin control, siendo los doctores de la doctrina islámica, los alfaquíes, quienes sufrieron mayor represión por parte de la Inquisición.
El 13 de septiembre de 1525 se promulgó la anunciada orden de conversión de los moriscos y, al amparo de la misma, las autoridades eclesiásticas iniciaron la primera campaña organizada de evangelización. En Valencia, capital del reino, se celebraron masivos bautizos en 1526.
Resistencia
Sin contrapartidas a cambio de su conversión, obligados a pagar impuestos como moros pese a ser ya oficialmente cristianos, los moriscos pronto empezaron a mostrarse reticentes ante la asimilación que les obligaban a seguir, por considerarla injusta. Algunos decidieron esconder a sus hijos para evitar su bautismo; la mayoría optó por practicar la taqiyya. En la sura 16 del Corán, en la primera de las aleyas contra los apóstatas, se lee: "Sobre quien reniega de Dios después de su profesión de fe (se exceptúa quien fue forzado, pero cuyo corazón está firme en la fe), y sobre quien abre su pecho a la impiedad, sobre ésos caerá el enojo de Dios y tendrán un terrible tormento". En tal excepción se basa la taqiyya (en árabe, "precaución"): bajo el dominio de un grupo hostil, el musulmán no está obligado a convertirse en un mártir o a sentir remordimientos, ya que tiene la posibilidad de plegarse a la simulación, abjurar públicamente de su fe musulmana inclusive, siempre y cuando la conserve en su corazón y la practique en secreto.
Esta resistencia, casi siempre simulada, a la conversión al cristianismo de los moriscos se vio favorecida, como ya sabemos, por los señores y alimentada por una remota esperanza, encarnada en el Turco, enemigo feroz del emperador cristiano que los oprimía; así como en los piratas berberiscos, quienes mucho más próximamente amenazaban las costas valencianas. No eran pocos los moriscos que ansiaban una invasión turca, un desembarco masivo de sus correligionarios que los liberasen del yugo cristiano. Una liberación global que no llegó a producirse, aunque sí se llevaron a cabo numerosos desembarcos y rescates puntuales, tal como veremos más adelante.
Mientras en las ciudades y pueblos donde predominaban los cristianos viejos se limitaban los moriscos a simular su conversión, allá donde eran mayoría, especialmente en las aldeas montañosas, mostraban un rechazo mucho más abierto a la misma. Estas demostraciones de rebeldía, en ocasiones manifestadas incluso ante la presencia de los párrocos, quedaban casi siempre impunes, sobre todo en los lugares más apartados y, casi siempre, amparadas por los señores.
En 1543, realizando un periplo misional, fray Bartolomé de los Ángeles se encontró en Muro con Miguel Fenollar, enviado por el señor de Benillup, quien le prohibió que siguiera predicando y bautizando moriscos, para evitar así que éstos huyeran y abandonaran el cuidado de los campos, lo que acarrearía la ruina del señorío. Esta prohibición contrastaba con la prudente libertad con que los moriscos practicaban su fe musulmana. Tanto era así, que precisamente en Muro residía uno de los más importantes alfaquíes del reino de Valencia: Adam Xubuch, antiguo cadí, respetadísimo y considerado como un gran sabio en la doctrina islámica.
En el antes citado memorial de 1560 que presentó la Inquisición a Felipe II, entre las muchas faltas y blasfemias cometidas por los moriscos, se denunciaba el caso del párroco del Valle de Ebo que fue capturado por sus propios feligreses y enviado a Argel, donde debió rescatarse por sus propios medios: "Ytem (É) maltratan á los que predican la palabra de Dios y amonestan que no hagan ceremonias mahometicas, como se ha visto que hizieron en el Vall de Ebo los moriscos de allí con su Rector y porque reprehendio á un morisco que no circuncidasse á su hijo le captivaron y vendieron y el mismo Rector se huvo de rescatar".
A estos ejemplos de resistencia a la conversión podríamos añadir aquellos ya conocidos por el proceso inquisitorial contra el almirante de Aragón, Sancho de Cardona, con la reconstrucción con su permiso de una mezquita en Adzaneta y su firme oposición a que los moriscos de dos de sus alquerías en el Valle de Alcalá fueran obligados por el párroco del lugar a bautizarse y a oír misa.
A pesar de esta resistencia, la campaña de catequización del cristiano nuevo se llevó a cabo con tanta paciencia como infructuosidad. Este fracaso se debió principalmente a la falta de coordinación entre las autoridades eclesiásticas y civiles.
Nuevas parroquias
Para subsanar esta falta de coordinación, en 1535 fue nombrado para el reino valenciano un nuevo comisario apostólico, Antonio Ramírez de Haro, obispo de Ciudad Rodrigo, quien llegó a Valencia ungido con una doble autoridad: civil y eclesiástica. A partir de entonces, se impulsó la creación de 190 nuevas parroquias en territorio morisco, rehabilitando para ello muchas de las antiguas mezquitas. Pero dos fueron los principales problemas con que se encontró el comisario Ramírez de Haro para desarrollar este proyecto.
El primero de estos problemas fue el de la financiación. Por ser musulmanes, los mudéjares obviamente no habían pagado diezmos a la Iglesia, pero ahora que eran moriscos, o mejor cristianos nuevos, sí que debían de hacerlo. Sin embargo, los diezmos no siempre iban a parar a manos de los párrocos: a veces se los llevaba el capítulo de una catedral, a veces se los llevaban los señores. En esta ocasión, por ser casi todos los moriscos vasallos de señores, fueron éstos quienes se quedaron con la mayor parte de los diezmos. Como consecuencia, las parroquias moriscas carecían de fondos propios y la cantidad con que se dotó a cada párroco fue de treinta libras anuales, cantidad ridícula que suponía un salario miserable. Esto dificultó sobremanera la tarea de encontrar titulares para las parroquias moriscas.
El segundo obstáculo con que se encontró este proyecto agravaba aún más este problema de encontrar sacerdotes que aceptaran encargarse de las nuevas y conflictivas parroquias: el rechazo de los propios moriscos a escuchar siquiera las prédicas de los curas. Resultó por tanto que muchas de estas iglesias se encontraban vacías, incluso de párrocos. Muchos de ellos se quedaban en los núcleos cristianos más cercanos a sus parroquias. Desde allí se desplazaban de vez en cuando a su teórico destino, casi siempre a petición expresa de algún cristiano viejo. Así ocurría por ejemplo en Murla, pueblo cristiano (aunque con importante aljama morisca), donde, además del párroco propio, residían otros que tenían sus parroquias en poblaciones vecinas, como Orba, Benidoleig, Alcalalí, La Llosa, Parcent, Tárbena, Benichembla, Castells, Valle de Laguaré, todas ellas moriscas y con mezquitas reconvertidas en iglesias vacías.
Fernando el Católico se comprometió en las Cortes de 1510 a respetar las creencias islámicas de los mudéjares aragoneses y valencianos. Pero este pacto se rompió una década más tarde. Primero fueron las tropas agermanadas las que obligaron a bautizarse a los musulmanes durante la rebelión armada que se produjo entre 1519 y 1521. Esta conversión forzada fue legalizada por Carlos I en 1524. A los mudéjares entonces solo les quedaban dos alternativas: convertirse al cristianismo o el destierro. Optaron en masa por la conversión, pero solo de manera formal. Desde entonces pasaron a denominarse moriscos o cristianos nuevos.
Evangelización
El historiador Halpherin Dongui divide los casi noventa años de historia de los moriscos valencianos en varias etapas. La primera abarca de 1520 a 1570 y está dominada por la conversión y la evangelización.
Durante los cinco primeros años de esta primera etapa la conversión se llevó a cabo sin control, siendo los doctores de la doctrina islámica, los alfaquíes, quienes sufrieron mayor represión por parte de la Inquisición.
El 13 de septiembre de 1525 se promulgó la anunciada orden de conversión de los moriscos y, al amparo de la misma, las autoridades eclesiásticas iniciaron la primera campaña organizada de evangelización. En Valencia, capital del reino, se celebraron masivos bautizos en 1526.
Resistencia
Sin contrapartidas a cambio de su conversión, obligados a pagar impuestos como moros pese a ser ya oficialmente cristianos, los moriscos pronto empezaron a mostrarse reticentes ante la asimilación que les obligaban a seguir, por considerarla injusta. Algunos decidieron esconder a sus hijos para evitar su bautismo; la mayoría optó por practicar la taqiyya. En la sura 16 del Corán, en la primera de las aleyas contra los apóstatas, se lee: "Sobre quien reniega de Dios después de su profesión de fe (se exceptúa quien fue forzado, pero cuyo corazón está firme en la fe), y sobre quien abre su pecho a la impiedad, sobre ésos caerá el enojo de Dios y tendrán un terrible tormento". En tal excepción se basa la taqiyya (en árabe, "precaución"): bajo el dominio de un grupo hostil, el musulmán no está obligado a convertirse en un mártir o a sentir remordimientos, ya que tiene la posibilidad de plegarse a la simulación, abjurar públicamente de su fe musulmana inclusive, siempre y cuando la conserve en su corazón y la practique en secreto.
Esta resistencia, casi siempre simulada, a la conversión al cristianismo de los moriscos se vio favorecida, como ya sabemos, por los señores y alimentada por una remota esperanza, encarnada en el Turco, enemigo feroz del emperador cristiano que los oprimía; así como en los piratas berberiscos, quienes mucho más próximamente amenazaban las costas valencianas. No eran pocos los moriscos que ansiaban una invasión turca, un desembarco masivo de sus correligionarios que los liberasen del yugo cristiano. Una liberación global que no llegó a producirse, aunque sí se llevaron a cabo numerosos desembarcos y rescates puntuales, tal como veremos más adelante.
Mientras en las ciudades y pueblos donde predominaban los cristianos viejos se limitaban los moriscos a simular su conversión, allá donde eran mayoría, especialmente en las aldeas montañosas, mostraban un rechazo mucho más abierto a la misma. Estas demostraciones de rebeldía, en ocasiones manifestadas incluso ante la presencia de los párrocos, quedaban casi siempre impunes, sobre todo en los lugares más apartados y, casi siempre, amparadas por los señores.
En 1543, realizando un periplo misional, fray Bartolomé de los Ángeles se encontró en Muro con Miguel Fenollar, enviado por el señor de Benillup, quien le prohibió que siguiera predicando y bautizando moriscos, para evitar así que éstos huyeran y abandonaran el cuidado de los campos, lo que acarrearía la ruina del señorío. Esta prohibición contrastaba con la prudente libertad con que los moriscos practicaban su fe musulmana. Tanto era así, que precisamente en Muro residía uno de los más importantes alfaquíes del reino de Valencia: Adam Xubuch, antiguo cadí, respetadísimo y considerado como un gran sabio en la doctrina islámica.
En el antes citado memorial de 1560 que presentó la Inquisición a Felipe II, entre las muchas faltas y blasfemias cometidas por los moriscos, se denunciaba el caso del párroco del Valle de Ebo que fue capturado por sus propios feligreses y enviado a Argel, donde debió rescatarse por sus propios medios: "Ytem (É) maltratan á los que predican la palabra de Dios y amonestan que no hagan ceremonias mahometicas, como se ha visto que hizieron en el Vall de Ebo los moriscos de allí con su Rector y porque reprehendio á un morisco que no circuncidasse á su hijo le captivaron y vendieron y el mismo Rector se huvo de rescatar".
A estos ejemplos de resistencia a la conversión podríamos añadir aquellos ya conocidos por el proceso inquisitorial contra el almirante de Aragón, Sancho de Cardona, con la reconstrucción con su permiso de una mezquita en Adzaneta y su firme oposición a que los moriscos de dos de sus alquerías en el Valle de Alcalá fueran obligados por el párroco del lugar a bautizarse y a oír misa.
A pesar de esta resistencia, la campaña de catequización del cristiano nuevo se llevó a cabo con tanta paciencia como infructuosidad. Este fracaso se debió principalmente a la falta de coordinación entre las autoridades eclesiásticas y civiles.
Nuevas parroquias
Para subsanar esta falta de coordinación, en 1535 fue nombrado para el reino valenciano un nuevo comisario apostólico, Antonio Ramírez de Haro, obispo de Ciudad Rodrigo, quien llegó a Valencia ungido con una doble autoridad: civil y eclesiástica. A partir de entonces, se impulsó la creación de 190 nuevas parroquias en territorio morisco, rehabilitando para ello muchas de las antiguas mezquitas. Pero dos fueron los principales problemas con que se encontró el comisario Ramírez de Haro para desarrollar este proyecto.
El primero de estos problemas fue el de la financiación. Por ser musulmanes, los mudéjares obviamente no habían pagado diezmos a la Iglesia, pero ahora que eran moriscos, o mejor cristianos nuevos, sí que debían de hacerlo. Sin embargo, los diezmos no siempre iban a parar a manos de los párrocos: a veces se los llevaba el capítulo de una catedral, a veces se los llevaban los señores. En esta ocasión, por ser casi todos los moriscos vasallos de señores, fueron éstos quienes se quedaron con la mayor parte de los diezmos. Como consecuencia, las parroquias moriscas carecían de fondos propios y la cantidad con que se dotó a cada párroco fue de treinta libras anuales, cantidad ridícula que suponía un salario miserable. Esto dificultó sobremanera la tarea de encontrar titulares para las parroquias moriscas.
El segundo obstáculo con que se encontró este proyecto agravaba aún más este problema de encontrar sacerdotes que aceptaran encargarse de las nuevas y conflictivas parroquias: el rechazo de los propios moriscos a escuchar siquiera las prédicas de los curas. Resultó por tanto que muchas de estas iglesias se encontraban vacías, incluso de párrocos. Muchos de ellos se quedaban en los núcleos cristianos más cercanos a sus parroquias. Desde allí se desplazaban de vez en cuando a su teórico destino, casi siempre a petición expresa de algún cristiano viejo. Así ocurría por ejemplo en Murla, pueblo cristiano (aunque con importante aljama morisca), donde, además del párroco propio, residían otros que tenían sus parroquias en poblaciones vecinas, como Orba, Benidoleig, Alcalalí, La Llosa, Parcent, Tárbena, Benichembla, Castells, Valle de Laguaré, todas ellas moriscas y con mezquitas reconvertidas en iglesias vacías.